Acusaciones contra los seres
humanos
P. Fernando Pascual
8-9-2019
No existen condenas éticas
contra las hormigas que matan a un gusano, ni contra los cocodrilos que matan a
una cebra, ni contra los avispones que matan cientos de abejas.
En cambio, si uno o varios
seres humanos destruyen una estatua, o matan una cría de gato, o arrancan una
flor exótica, las condenas éticas surgen con fuerza.
Parece obvio el motivo que
explica esta diferencia a la hora de juzgar lo que hacen los animales y lo que
hacen los hombres: considerar que los humanos tienen una libertad que los hace
responsables de sus actos.
La suposición de que existen
libertad y responsabilidad en los hombres convive, de modo paradójicamente
pacífico, con teorías que defienden el determinismo neuronal, o biológico, o
sociológico; o con filosofías que niegan la espiritualidad, hasta llegar a
suponer, como algunos autores dicen, que en el fondo no hay diferencias
radicales entre los hombres y los animales.
Causa sorpresa que un
determinista haga condenas éticas sobre algunos comportamientos humanos. Porque
considerar injusto, malo, despreciable un comportamiento implica aceptar una
libertad que no puede convivir con el determinismo.
Al mismo tiempo, es
contradictorio asumir que no hay diferencias radicales, apelando a teorías
evolucionistas, entre hombres y animales, y condenar a los primeros por ciertos
comportamientos mientras no se condena ni corrige a los segundos por
comportamientos similares.
Las acusaciones contra los
seres humanos solo pueden tener una sólida justificación filosófica si se
admite que hay algo radicalmente distinto entre un hombre y un animal. De lo
contrario, tales acusaciones carecerían de validez racional y supondrían un
trato sorprendentemente discriminatorio.
En cambio, las teorías
antiguas y modernas que suponen que los hombres son libres por tener una
espiritualidad, por ser constitutivamente diferentes respecto de los animales,
permiten no solo acusar a los miembros de nuestra especie que se comportan con
maldad, sino también alabar y premiar a quienes lo hacen con honradez y sentido
de justicia.
Porque, como recuerdan autores
como Platón, Aristóteles, y tantos otros a lo largo de los siglos, nuestras
acciones son responsabilidad propia, menos en los casos de locura o de otros
graves daños que impiden el ejercicio de la inteligencia.
Cuando una acción humana surge
desde nuestra libertad, tiene un peso moral único, aplicable solamente a
quienes poseemos inteligencia, voluntad y capacidad de autodominio.