Etiquetismo ideológico
P. Fernando Pascual
22-9-2019
El etiquetismo
ideológico trabaja por conseguir, entre otros objetivos, el desprestigio
sistemático de unos y el enaltecimiento reiterado de otros.
Esto ocurre cuando, por
ejemplo, son criticados de modo indiscriminado los que pertenecen a un partido
político, y son alabados sin matices los que son de otro partido diferente.
O cuando una serie de grupos
sociales reciben la etiqueta de buenos, mientras otros grupos sociales son
declarados malos, sin fijarse en los comportamientos de unos o de otros: basta
con estar en una categoría para recibir la etiqueta correspondiente.
Este modo de actuar, a veces
incluso presentado como libre de ideologías, es el resultado de un prejuicio
claramente ideológico, que pone etiquetas según ciertos parámetros y que
descarta cualquier valoración sobre otros aspectos de las personas y los
grupos.
La fuerza del etiquetismo ideológico consiste en la simplificación
maniquea de la realidad: es fácil analizarlo todo cuando se distingue de modo
nítido entre buenos y malos, sin dejar espacio a matices que son necesarios si
queremos lograr juicios bien elaborados.
Pero en eso mismo radica su
debilidad. Las personas y los grupos no pueden quedar disecados con dos o tres
parámetros que los conviertan absolutamente en buenos o malos. Una realidad
humana suele ser compleja, y en la misma conviven aspectos positivos y aspectos
negativos.
Por eso, todo esfuerzo por
superar el etiquetismo ideológico promueve el
pensamiento reflexivo y los análisis ponderados, evita las conclusiones
apresuradas, y garantiza un mayor acercamiento a la verdad desde la justicia.
En un mundo donde algunos
medios informativos (o pseudoinformativos), blogs,
personas concretas y promotores de la opinión pública sucumben a las
simplificaciones arbitrarias y maniqueas, vale la pena trabajar por modos de
ver los fenómenos humanos con más apertura de mente y de corazón.
Así no solo se evitará el
maniqueísmo malsano típico del etiquetismo
ideológico, sino que se alcanzará esa sana disciplina mental que reconoce la
complejidad de todo lo humano, y la existencia de una mezcla, muchas veces casi
misteriosa, entre lo malo y lo bueno en las personas y los grupos.