EJERCICIO DE PACIENCIA
Sé
que la paciencia no es una de mis características personales.
Más
o menos siempre me ha costado su ejercicio.
Pero
Dios ha querido irrumpiese en mi vida para hacer un constante ejercicio de
paciencia.
Si
está con unos tragos de más ese ejercicio se torna un algo duplicado puesto que
insistente en su monótona perorata.
Para
colmo hay que mirarle cuando habla puesto que de lo contrario lo suyo se hace
un constante pronunciar mi nombre para que le mire y pueda reiterar lo que hace
un rato ha dicho.
En
media hora puede llegar a decir las mismas cosas más de una docena de veces.
Son
las veces que me realiza las mismas preguntas o dice el mismo comentario.
“¿Por
qué me aguantas todas mis estupideces?”
“¿Por
qué no me echas a la m…..?”
“¿Vos
sabías que estuve preso?”
“Si
no fuese por vos yo ya estaba preso o muerto”
“Vos
me rescataste de la calle”
“Te
quiero mucho”
“¿Por
qué sos tan bueno conmigo?”
“Vos
nunca me discriminaste”
Podrá
cambiar el orden de las preguntas o los comentarios.
Nunca
olvida ninguno de los ítems de esa su conversación.
Un
día, otro día y siempre lo mismo reiterándose interminablemente.
Si
está muy tomado sus palabras son pocas y su estado calamitoso.
Si
está fresco prácticamente no habla.
Lo
difícil de soportar son esos días donde está con unos cuantos tragos de más
pero sin los suficientes como para tambalearse.
Allí
tolerarle requiere de un importante ejercicio de paciencia.
Allí
tolerarle implica una prolongada lucha entre dejarlo solo o continuar
escuchándole.
Hace
muy poco una persona me decía que sentía que él me hablaba.
Si
hubiese escuchado la monótona letanía de su conversación, sin duda, habría
esbozado su dulce sonrisa.
En
muy poco tiempo se reitera incansablemente y es muy fácil llegar a aprender la
lista de sus preguntas o los comentarios que suele realizar.
No
es fácil salir de tal ejercicio sin una sensación de agobio o sobrepasado por
tal monotonía en su hablar.
No
ha de resultar sencillo sacar una buena nota en tal ejercicio de paciencia
puesto que se requiere de mucha más paciencia de la que puedo tener apelando a
todas mis reservas interiores.
Antes
se nos decía que situaciones por el estilo no eran otra cosa que pruebas que
Dios nos ponía. Como si Dios necesitase ponernos a prueba.
Nos
conoce totalmente y mejor que nosotros mismos y, por ello, no necesita de
pruebas.
Nos
pone en situaciones como las narradas para que nos mostremos a nosotros mismos
si hemos aprendido que siempre es madurar.
Ya
sabemos a lo que habremos de enfrentarnos y, por lo tanto, lo que deberemos
realizar.
Pero,
no hay caso, nunca llegamos a aprender suficientemente puesto que olvidamos
deberemos apelar a toda nuestra capacidad de paciencia aunque la misma resulte
insuficiente.
En
lugar de retirarnos por un instante y volver a renovar nuestra paciencia nos
quedamos y nuestro interior se llena de intolerancia.
Es
un ejercicio interminable de paciencia hasta que nos mostremos hemos aprendido
a aceptarle en sus divagues.
Padre Martin Ponce de León SDB