EXASPERACIÓN
El
perro suele escucharle mucho antes que yo. Se encarga, con su llanto, de
avisarme que se acerca.
En
oportunidades, con unos tragos de alcohol en su cuerpo, el aviso del perro me
hace escuchar su voz en la lejanía y acercándose.
Vaya
a saber la razón esa noche su voz era más potente que en otras oportunidades.
No
venía transmitiendo algún evento, con algunas veces, sino proclamando airadas
diatribas contra el fútbol uruguayo.
En
su vocación de llevar la contra, evidentemente, no puede simpatizar con el
fútbol uruguayo. Su simpatía es por Brasil.
“Uruguay
está chiquito y nunca ha ganado una copa de campeones” es algo que proclama
reiteradamente.
Esa
noche se llegaba hasta la esquina y desde allí proclamaba su disconformidad.
Alguno
pasaba y le gritaba algo que le hacía aumentar el volumen y ahondar sus
críticas.
Sus
pasos, más inseguros que de costumbre, lo condujeron al centro de la calle y,
allí, a los cuatro vientos repetía un discurso que he tenido oportunidad de
escuchar muchísimas veces mientras mira algún partido de fútbol.
Su
discurso me resulta tan familiar que ya no presto atención al mismo para saber
lo que está diciendo o lo que habrá de decir.
Alguien
debe de haberle provocado para tanto malestar que, luego, se encarga de
prolongar en soledad y a los gritos.
Cuando
llega a casa en ese estado su volumen de voz comienza a declinar hasta que se
sumerge en un profundo sueño.
Esa
noche demoraba más, mucho más, de lo común en la esquina.
Repentinamente
se hizo silencio.
Salí
a la puerta puesto que supuse estaría tirado en la calle.
Me
equivoqué puesto venía con prisa y pasos tambaleantes pero en silencio.
“Me
van a venir a buscar los milicos” fue lo que dijo al entrar en casa.
No
sé si los vio, lo supuso o alguien le dijo algo. Me demoré el instante que se
puede demorar en cerrar y pasar llave a una puerta.
Cuando
llegué al lugar donde se encuentra su cama ya estaba acostado y cubierto por
una frazada.
Ya
no pronunció palabra alguna y, supongo, debe de haberse dormido al poco tiempo.
El
perro se echó a su lado y dejó de llorar como lo hacía mientras le escuchaba.
¿Todo
el escándalo de sus gritos era deliberado?
¿Pese
a su olor a alcohol era capaz de montar tal espectáculo para llamar la
atención?
¿Su
estar escondido debajo de la frazada era producto del temor a que lo viniesen a
buscar?
¿Cómo
puede pasar del gran volumen de su exasperación a un profundo silencio?
Jamás
podré llegar a entender su actuar puesto que si intento preguntar algo al día
siguiente me ha de decir que él no hizo nada de lo que le digo.
“No
me acuerdo” suele ser el lugar donde se refugia para no hablar de lo sucedido
puesto que no le agrada hablar de esos temas.
Suele
tener vergüenza de las cosas que hace bajo los efectos del alcohol y prefiere
olvidar y dejar en el pasado.
De
exasperación a profundo silencio en poco menos de un minuto.
Sin
duda alguien le “dio manija y engranó” y, repentinamente, “se le agotaron las
pilas” y se hundió en el más profundo silencio.
¡Quién
pudiese tener esa capacidad!
Muchas
veces, cuando algo nos incomoda quedamos “engranados” por un tiempo o no
olvidamos lo que nos ha sucedido.
Muchas
veces, por pequeñas cosas, nos distanciamos de alguien cuando, pese a su
borrachera, nos muestra es posible poner un punto final y dormirnos en el
silencio.
Padre Martin Ponce de Leon SDB