VALORES (3)
Padre Pedrojosé Ynaraja
Me he referido al testimonio del profeta Jeremías, podría
haber mencionado el desconsuelo de Ana, esposa estéril de Elcaná,
o a David, cuando sufrió la enfermedad y muerte de su hijo, o a tantos otros.
Ahora bien, esto no es un ensayo y será prudente que no continúe por este
camino, para aterrizar en el episodio de Getsemaní. Terrible prueba para Jesús,
fundamental testimonio que nos dio el Maestro y quiso que lo conociéramos para
nuestro provecho personal.
El demonio le había dejado en el desierto esperando un
momento en que le fuera más propicio vencer al Señor. Allí acudió, a Getsemaní
concretamente, lugar inconfundible todavía, donde he pasado algunos días,
acogido gentilmente por la comunidad franciscana. En este lugar se le presentó
la batalla, desde su misma interioridad. Sabía el Maestro la importancia del
momento debido a su humanidad, Jesús era intrínsecamente hombre, sin perder en
ningún momento su divinidad, que ahora acompañaba veladamente.
(Advierto que mi vocabulario será necesariamente inexacto.
Que nadie pretenda analizarlo teológicamente. Continuo, pues, confiado en la
benevolencia de los lectores)
Quería Él estar sólo, como en el desierto, necesitaba
compañía también, paradójica situación, muy humana. Ante sí, como amplio
escenario, la muralla de Jerusalén, le separaba el valle que cruzaba el
torrente de Cedrón. Medio oculto entre los olivos, encerrado en sí mismo,
puesta la mirada a intervalos en el extremo izquierdo, desde donde pronto
partiría el pelotón que siguiendo las indicaciones de Judas, vendría a buscarle.
Su mirada interior divina le permitía contemplar la misión
del Padre, proyectada sobre la realidad inmensa de la humanidad. La razón
humana se hacía presente y le gritaba al oído: has fracasado, van a condenarte
y morirás ajusticiado. De nada servirá lo que has hecho. Nadie te va a
defender. Pero puedes huir a Betania, allí nadie se atreverá a arrestarte.
¡Anda!, vete a allí. Abandona tus proyectos que, ya ves, no puedes confiar se
cumplirán. No olvides que eres galileo y estás en Judea, tienes perdidas todas
las oportunidades de salvar la piel…
Si por aquel entonces hubiera existido algún facultativo
hubiera dicho de Él: paciente que sufre estrés emocional agudo, con
manifestaciones de pérdida de control del equilibrio, incapacidad de mantenerse
de pie. Postración, palpitaciones, relajación del bajo vientre, temblor, tez
lívida, hematohidrosis…
(por internet actualmente hay
suficiente información sobre esta sintomatología, que el evangelio llama sudor
de sangre)
Al deprimido le digo: piensa en Jesús que como tú sabes, se
sintió decaído, deprimido, víctima de la angustia que le atenazaba. Jesús
estuvo viendo durante media hora como se acercaban para llevárselo prisionero y
condenarlo a muerte y no se movió.
(Jesús quería estar solo y acompañado a la vez, como tú - le
decía yo a mi hermana, postrada en el lecho del dolor, que sería pronto el de
su muerte sintiéndose deprimida, temerosa, adolorida-.
Sí, pero Él era Dios, me decía.
Mucho más humano que tú y que yo le repetía. Piensa ahora que
Él te hace compañía, aunque no lo notes. Su agitada respiración, sus temblores
disminuyeron, le supliqué que recordara la meditación que una noche habíamos
practicado juntos en el mismo Getsemaní, hice mención de los olivos, de la
muralla y de la luna, tal pensamiento le ayudó a identificarse con el Señor y
olvidar por un momento sus temores.
Aquella misma noche murió en paz.)
Getsemaní es la mejor contemplación ante la postración,
cuando se sufre depresión. La misma crisis puede acercar a Cristo.