VALORES (4)

Padre Pedrojosé Ynaraja


Hace muchos años, eran aquellos que, pese a las restricciones de las que ahora tanto se habla y recrimina, de orden económico y político-social, o tal vez por ello, gozaban una buena parte de la juventud de la esperanza y la ilusión. Y no soy de aquellos que digan, con Jorge Manrique que” a nuestro parecer, cualquier tiempo pasado fue mejor”.

La reunión juvenil estaba compuesta de chicos y chicas del movimiento scout ¡Dios mío, que atrevimiento! Iniciativas de estas me marginaron de los sectores clericales. Me defendía diciendo que eran reuniones humanas y la humanidad era de ambos géneros.

El proyecto consistía en pasar la tarde juntos en un jardín doméstico. Precisamente, el matrimonio propietario, él y ella, eran los jefes de ambas ramas del movimiento scout. La plantilla que facilitaría el intercambio personal, discusiones y problemas a compartir, era un cuestionario entregado días antes.

Una de las preguntas decía: ¿es preciso tener vocación para casarse? Aquí fue Troya. Para bien y para mal. Tal fue el desconcierto y la disparidad de pareceres, que de común acuerdo, se decidió suspender la discusión y pasar un rato merendando, que también estaba previsto.

El matrimonio y yo nos retiramos discretamente, acudimos a manuales teológicos de categoría, recuerdo muy bien que consultamos manuales de Karl Rahner.

Volvimos a reunirnos, aportamos lo estudiado, llegamos a la conclusión de que el matrimonio era un estado, natural o sociológico, al que se llegaba por decisión libre y personal. Bueno en sí, pero limitado en sus resultados. Ahora bien, el que se planteaba dirigirse y prepararse a él como respuesta a una vocación, al descubrimiento de que este estado es el que para cada uno preparaba el Señor y a él se le era fiel, las consecuencias serían infinitamente superiores.

Descubrir la llamada era cosa de tiempo, no se podía improvisar.

Descubrir con quien se compartiría ideales, proyectos e hijos, también.

Llegado el atractivo encuentro personal, debía apoyarse la labor común de descubrirse, conocerse, tolerarse, amarse más y más, en la ayuda común y en la solicitud también común de la ayuda de Dios.

El noviazgo era una etapa de descubrimientos, no debía precipitarse ni detenerse, hasta llegar al compromiso matrimonial en la Iglesia (continuaré)