Manantiales
Padre Pedrojosé Ynaraja
Tendría yo unos 12 años, vivía por aquel entonces en Burgos.
A las afueras de la ciudad había un paraje llamado San Zoles.
(ahora he sabido que Zoles
equivale a Zoilo, un santo cordobés). Brotaba por allí una alborotosa fuente
cuya agua se escurría entre arbustos e iba a parar a un gran barrizal plagado
de juncos y poblado de ranas. Aquel cenagal a mí me parecía tan peligroso como
las arenas movedizas de las que describían las novelas de E. Salgari. Misterio y suciedad con los que no simpatizábamos,
ahora bien, el andurrial nos permitía fumar algún que otro pitillo sin ser
vistos y esconder la cajetilla entre unas rocas.
A pocos metros del tumultuoso caño, descubrí un día un pocito
de no más de 60 cm de diámetro y semejante profundidad. No era un charquito,
no. Fijándome bien un día descubrí que brotaba agua sin ser vista de donde y
por donde con detalle. Del hoyo sobraba lenta y silenciosamente un hilito de
agua. No se veía torrente alguno, pero sí vegetación muy propia de lugares
húmedos, berros ahora recuerdo que eran los más. Aquello era un manantial. En
clase habíamos estudiado qué era una fuente, un pozo, un aljibe y hasta un pozo
artesiano. Aquello que observaba era distinto, encantador, delicado,
transparente y placido. Lo consideré mi manantial. A los demás, excepto al
aljibe también debía llamarlos manantiales, pero en mi interior reservé tal
nombre a este.
EN OTRAS TIERRAS
Pasaron los años y nos trasladamos a otras tierras, las
mismas que todavía habito. Junto a un camino descubrí un día otro manantial.
Cada vez que pasaba me quedaba un rato a contemplarlo. Cuando la senda se hizo
más ancha e iba en coche, no dejaba de detenerme a observarlo asombrado, aunque
nadie lo entendiera. Era mi secreto, mi manantial, tenía derecho a disfrutarlo.
Edificaron por aquellos terrenos un Parador de Turismo y los
ingenieros determinaron que para llegar al tal hotel, debía ensancharse la
carretera. Cuando volví a pasar, mi manantial había sido suprimido, el asfalto
lo había pisado y cegado, ni siquiera la vegetación del humedal quedaba.
Un caso semejante pasó frente a mi domicilio. La carretera se
hizo autovía y desapareció, ya antes de llegar yo, una fuente de la que
satisfacían su sed muchos caminantes. Cegaron la veta de agua, pero el agua no
se dio por vencida. El lugar es hoy cañaveral que la recuerda y de la
seguramente aún se nutre ocultamente.
El macizo del Montseny es montaña
que invita a múltiples excursiones. Solo por un minúsculo valle se escurre
escondido un torrentillo. Un buen hombre enamorado de esta montaña y deseoso de
que muchos gozaran en ella, se le ocurrió descubrir manantiales y construir
fuentes. Solicitó mi colaboración. Se la presté y me sirvió de aprendizaje. En
aquellos tiempos, además de mi ministerio sacerdotal, ejercía el magisterio.
Con muchos de mis alumnos y con bastantes de sus padres, fuimos un primero de
mayo de excursión al lugar que se nos había indicado. El terreno era inclinado,
los chicos escarbaron como pudieron en un espacio que el buen señor había
escogido, que se distinguía por su humedad, mostrando rica vegetación y algo de
barro.
FONT CLARETA
Los adultos levantaron con piedras de por allí mismo, una
sencilla pared en semicírculo rodeando el hueco. La humedad afloró, convertida
en silenciosa agua. Se cubrió como se pudo el recinto improvisado y se atravesó
un tubo a cierta altura. Poco a poco y en silencio, se fue llenando el depósito
y en llegando al nivel del caño, manó límpida, alegre y trasparente el agua.
Más tarde muy próximo a la tal fuente se levantó un sencillo monumento en honor
al santo que cuando ejercía de cura en una población al pie de esta montaña,
acompañado de un leñador había coronado la cima con una cruz. A esta fuente se
le dio el nombre de Font Clareta (fuente de Claret, San Antonio Mª).
Han pasado los años y el buen señor, y otros buenos señores,
han ido descubriendo otras fuentes, dándoles sus nombres correspondientes, la
mayoría de santos que habían frecuentado durante su vida este macizo.
Históricos con precisión unos, legendarios otros.
POR OTROS
INTERSICIOS…
El agua es vida. El hombre puede aprovecharla o ensuciarla.
Eliminarla, no. Aquellos manantiales, “mis manantiales” no se aniquilaron. Por
otros intersticios, aprovechando desniveles, irán escurriéndose sus aguas. Se
harán vegetales al introducirse por las raíces de las plantas o realidad
humana, cuando alguien las beba. Aunque manantiales pequeñitos, “mis
manantiales” a alguien sin duda les serán útiles.
Pienso en ellos y me identifico con ellos. Mi vida, mi chica
existencia, he deseado siempre que para algunos fuera de alguna utilidad. He
tratado de ayudar, trabajando o enseñando. Me he propuesto siempre que quien a
mi viniera, se fuera de alguna manera enriquecido. No he querido quedarme para
mí solo lo que he recibido o aprendido. El agua empapa, yo trato de compartir.
Sé que mis intentos nunca serán del todo vanos. Desconozco que fruto darán,
pero si algo bueno practico, enriquezco un poco el mundo, aunque nadie se
entere y por ello gozo. Es una de las máximas que el fundador del escultismo
nos trasmitió: dejad el mundo, cada día, un poco mejor que como lo encontrasteis
EN EIN KAREN
Proyectaba escribir sobre el agua y la historia o contenido
bíblico, deseaba acompañar el texto con imágenes que no he logrado encontrar.
De las que aparecen quiero dar cuenta. En Ein Karen,
junto al santuario del desierto de San Juan, mana un precioso manantial. Acuden
cristianos orientales y judíos a beber y a bañarse. Es agua viva, de la que
Cristo habló a la samaritana. Otras ilustraciones corresponden a las corrientes
de Dan, el lugar de más exuberante vegetación y derroche de agua que uno pueda
ver en Tierra Santa. Y como me he referido a mis fuentes, podrá ver el lector
una fotografía de la “Font clareta” que desde el 1 de
mayo de 1958 que la descubrimos, no ha dejado de manar.
Añado a manera de complemento dos textos, bíblico uno,
poético el otro
"Como descienden la lluvia y la nieve de los cielos y no
vuelven allá, sino que empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar, para
que dé simiente al sembrador y pan para comer, así será mi palabra, la que
salga de mi boca, que no tornará a mí de vacío, sin que haya realizado lo que
me plugo y haya cumplido aquello a que la envié.". (Is
55,10)
Este fragmento de Jorge Manrique pertenece a las “Coplas por
la muerte de su padre”. Algo pesimista, sin duda. Realista también.
“Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
que es el morir:
allí van los señoríos,
derechos a se acabar
y consumir;
allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
y más chicos;
y llegados, son iguales
los que viven por sus manos
y los ricos.”
Dios mío, que no deje nunca de ser humilde manantial.
(continuaré)