VALORES (6)
Padre Pedrojosé Ynaraja
Sería por allá el 1954 que cayó en mis manos “Dios hablará
esta noche” novela de Jean Marie de Buck. La leí,
como es de suponer, y de acuerdo con la disciplina del seminario de aquellos
tiempos, clandestinamente. Supuso para mí un fabuloso descubrimiento. Al margen
de las vivencias del protagonista, lo que a mí me fascinó, fue la figura
secundaria de su hermana y me impactó porque descubrí en dicho personaje lo que
yo había experimentado en mi vida. Advierto que por aquel entonces descubrí
también a Gertrud von Le Fort. La autora alemana me
adentró en el “eterno femenino” desde perspectivas teológicas profundas. He
escrito y aludido estos autores para cimentar sólidamente lo que la semana
pasada escribía. Sí, me enamoré a los 13 años, con toda la intensidad y matices
que podía vivir a esa edad. Doy muchas gracias a Dios de haber tenido dos
hermanas mayores y de haber jugado alegremente en el barrio, que en sus
jardines nos permitían hacerlo, chicos y chicas, vecinos unos, familiares
otros. Y también le doy gracias de no haber perdido nunca el contacto femenino.
Comprendí al devorar, 24 páginas por hora, lo tenía
cronometrado, el libro de J-M.ª de Buck,
que existían estudios sobre la mujer-madre, la enamorada, la esposa y la
amante, y también la “descanso del guerrero” (la expresión no es de aquel
tiempo). Ahora bien, no había leído, ni tampoco después, estudios sobre la
mujer hermana.
Me di cuenta de que es tal su protagonismo e influencia en la
formación de la personalidad del hermano menor, que no se borra en toda su
vida, por más que pueda ser larga, su buen influjo. Tener una hermana mayor en
la familia, vivir cierto enamoramiento, gozar de amistad femenina, es gran don
de Dios, que le estoy agradecido.
Tal vez se deba tener en cuenta estas nociones, al leer a San
Pablo. Que tuvo una hermana, no se sabe si mayor que él o no, e importaría
estar enterado, aparece en los Hechos de los Apóstoles: “El hijo de la hermana
de Pablo se enteró de la celada. Se presentó en el cuartel, entró y se lo contó
a Pablo. Pablo llamó a uno de los centuriones y le dijo: “Lleva a este joven
donde el tribuno, pues tiene algo que contarle…”. (23, 17).
Poco trato debió de tener con ella, según parece, pero algo
bueno experimentó. No es, pues, extraño que encargue a Timoteo que trate: “a
las jóvenes, como a hermanas, con toda pureza” (1Tim 5,1). Trato que será amor,
indudablemente.
Este contacto recto y afectuoso es un gran don, vuelvo a
repetir.