Belén de Belén en familia
Padre Pedrojosé Ynaraja


Empiezo hablando de mí y perdóneseme la inmodestia. Una de las características del funcionario de aquellos tiempos era la de no estar nunca seguro de donde le designarían residencia. Vivía la familia en una población a merced de las peticiones que manifestaba y de acuerdo con lo que la empresa disponía. Señalo esto porque, generalmente, el domicilio doméstico es algo adquirido o heredado, que goza de estabilidad y cuya extensión está de acuerdo con las necesidades del matrimonio y su prole. La familia en él se siente como en su casa. No era este nuestro caso. Nos tocaba habitar en un piso de la estación donde hubieran destinado a mi padre y acomodarnos como fuera. Consecuencia de ello era que los muebles, los enseres de cocina, la ropa y las imágenes acompañaban de un sitio a otro, incorporadas a la historia hogareña.

LAS PRIMERAS FIGURAS

Después de lo indispensable para convivir, mis padres compraron el Crucifijo para el dormitorio y la imagen de la Virgen del Carmen para presidir el comedor. No sé cuándo adquirirían las primeras figuras del belén. Desde pequeño las vi y recuerdo también que dentro de las posibilidades de aquel tiempo, que eran muy pocas, cada año ilusionados comprábamos alguna figura que no fuera igual a las pocas que teníamos. Acabadas las fiestas se guardaban con esmero.

Iniciado ya el diciembre posterior se pensaba en qué lugar aquel año lo pondríamos. Debía ser señalado por su dignidad, pero en una habitación no fuera excesivamente fría. Si bien el rosario lo rezábamos en la misma cocina en la que habíamos cenado, acabada esta oración íbamos al nacimiento a cantar algún villancico con ilusionada devoción.

CORTEZAS, MUSGO, HARINA

Vivir en tales lugares, suponía que careciésemos de los materiales que exigían la infraestructura. La responsabilidad y solución, era compartida. Mi padre acostumbraba a encontrar y traer cortezas de alcornoque. Nosotros íbamos en busca de musgo a lugares permitidos y a no admitidos a decir verdad. Algunas ramas que simularan árboles eran fáciles de encontrar en el suelo de parques o jardines. A la madre y señora de la casa le tocaba proporcionar la harina que espolvoreada por las montañas simularía nieve. La víspera de Navidad era cuando solemnemente e ilusionados padres e hijos, poníamos las figuras. Todas no, dejábamos preparada la paja para depositar en ella al Niño, después de la cena de Nochebuena o en volviendo de la misa del gallo, según se decidiera. Lo imprescindible es que cena y misa, fuera por todos compartida.

EL PAPA EN GRECCIO

La liturgia del belén era tan solemne y minuciosa en el ámbito familiar, como pudiera serlo la procesión de Corpus de la Catedral entre los canónigos. Todo esto lo recordaba ayer viendo por TV la visita del Papa a Greccio lugar del primer nacimiento, que Francisco el Poverello de Asís, inventó, improvisó, tal vez fruto de inspiración divina, y que sobre aquella roca escenificó.

Nos hicimos mayores y supimos que en otros lugares de la misma Europa en la que vivíamos, en el país primero admirado por los triunfos militares de su régimen político, después, al conocer su crueldad desdeñado, en la Alemania que tan cruel había sido, en esa y otras naciones cercanas no ponían el belén, su lugar, que considerábamos le era propio, lo ocupaba un árbol. Y nada menos que un abeto.

Así, envuelto en perplejidad, tuvimos conocimiento del “Árbol de Navidad”. Sin saber las razones de tal costumbre, considerábamos que tal práctica era pagana. De acuerdo con estas vivencias, consideramos que el árbol que generosamente se escogía en tierras alpinas y se llevaba y erigía en el centro de la Plaza de San Pedro en Roma era una concesión benévola del Papa. Afortunadamente, cada año, también, junto a él, hacían un belén monumental. Retrocedo y corrijo el sentido de mis divagaciones.

SAN BONIFACIO

El origen del árbol de Navidad parece que está en la predicación que se le encomendó a San Bonifacio (680-754) por tierras centroeuropeas. Llegado a tierras germanas el buen santo observó que aquellas gentes adoraban un árbol. Que el homenaje se lo tributasen al vegetal o al dios que lo representaba, llámese Yggdrasil o refiérase a Odín, ni está claro, ni ahora importa hablar de ello.  Parece ser que el tal árbol era un roble y que un día Bonifacio, para demostrar su falta de valer, tomó un hacha y lo derribo. Diversas tradiciones acompañan a tal hecho, que si se salvó un chiquillo que estaba cerca o que al caer solo quedó en pie, de entre todo el bosque un abeto. Aprovecho tal circunstancia, fuera cual fuese, para referirlo al mismo Jesucristo. Sus hojas perennes en todo tiempo, símbolo de eternidad, su forma triangular podía simbolizar a la Santísima Trinidad y el solo hecho de ser un árbol, recordar el del paraíso.

QUAERCUS.


No debe extrañarnos que el hombre se haya fijado en la grandiosidad de los árboles, especialmente los del género quaercus. El lector puede observar una maravillosa encina de uno de los terrenos donde yo soy capellán. Me han dicho que el diámetro de su copa es de 21m, no he podido medirlo, pero lo que sí puedo decir de él es que una buena señora holandesa, al abrazarse a su tronco un día, me explicaba gozosa que le transmitía mucha energía espiritual.

No olvidemos que en el Génesis se menciona la encina 20 veces y el roble 3. Tampoco hay que ignorar que el Patriarca Abraham, inmediatamente después de habérsele confiado Dios como persona amiga, en el lugar santo de Siquem, le ofreció un sacrificio bajo la encina de Moré.

JEREMÍAS

Pese a lo dicho, y para que no se desorientase el pueblo, el profeta Jeremías dice: “Porque las costumbres de los gentiles son vanidad: un madero del bosque, obra de manos del maestro que con el hacha lo cortó, con plata y oro lo embellece, con clavos y a martillazos se lo sujeta para que no se menee. Son como espantajos de pepinar, que ni hablan. (10,3).

En la difusión del árbol como símbolo religioso, intervino Lutero pues se cuenta que vio un día un ejemplar rodeado de estrellas y tanto le impresionó, que se lo llevó casa y adornó con frutos y bolitas. Pero de esto, hablaré en otro momento.

Añado finalmente que en la “Canción de cuna” de Brahms, se le dice al niño, que los ángeles cuando se duerma le mostrarán el árbol de Niño Jesús, que, indudablemente, es nuestro árbol, de aquí que con frecuencia se incluya esta melodía entre las canciones navideñas, sin que lo sea del todo.

Referirme a mi vida y a las costumbres de mi familia en Navidad, no pretendía con ello darme coba. Quería explicar a la gente que actualmente vive sin conocer el significado y lo que representaban estas costumbres hasta no hace mucho, para que no crean que fuesen practicas banales, simple adorno o rito local, como pueda ser adornar las ventanas con macetas de plantas en flor o extender guirnaldas entre paredes, para simple ornato de cualquier fiesta

“ADMIRABILE SIGNUM”

Me refería a la visita del Papa Francisco el pasado domingo. Su piadosa oración, su silencio y el significativo gesto de firmar sobre la roca donde San Francisco puso el primer belén, la Carta Apostólica “Admirabile signum” y sin darme cuenta me he entretenido, seguramente demasiado, en dar cuenta de costumbres que para nosotros eran ancestrales sobre el árbol de Navidad, así ahora que todavía se dispone de tiempo suficiente, nos dediquemos con entusiasmo a preparar el belén o el árbol, dándole la importancia que se merecen y captando la lección de humildad, ingenuidad, candor y júbilo, que tanta falta nos hacen.

Comparaba mientras veía por TV la tal visita del Papa, los rostros, las miradas y los abrazos soñadores y benévolos de los presentes con los aplausos y gritos de tantos asistentes a mítines, que expresan satisfacción de triunfo propio y deseo de fracaso de los contrarios. En Greccio todo era delicado amor.