El cambio climático y la
filosofía
P. Fernando Pascual
7-12-2019
El modo de estudiar
científicamente el cambio climático y de proponer acciones respecto del mismo
está en íntima relación con aspectos importantes de la filosofía.
El primero se refiere a la
confianza en las capacidades del conocimiento humano. Hablar del cambio
climático como un hecho es posible desde la idea de que las ciencias
experimentales tienen la capacidad de alcanzar verdades seguras y demostrables
respecto del mundo en que vivimos.
Esa confianza hacia el saber
científico no siempre ha existido. Ha habido y todavía hay críticos de las
ciencias empíricas que las consideran inseguras, frágiles, provisionales,
sometidas continuamente a reajustes y cambios. Sobre todo por dos motivos de
peso: la mutabilidad típica de tantos hechos materiales, y la fragilidad de las
posibilidades humanas de conocer ciertos fenómenos.
A pesar de esas dificultades,
muchas personas e instituciones, también a nivel de gobiernos y organismos
internacionales, que hablan del cambio climático no lo hacen como algo
inseguro, sino con la convicción de que están ante algo cierto, indiscutible.
Convicción que, es bueno recordarlo, sorprendería a algunos filósofos de la
ciencia del pasado y del presente.
El segundo aspecto filosófico
de este tema radica en la ineliminable tendencia
humana a buscar las causas de los hechos. Desde sus inicios, muchas ciencias de
ámbitos diferentes, y de modo especial la filosofía, no se han contentado con
describir lo que ocurre en nuestro mundo, sino que indagan sobre los motivos de
cada evento físico o mental.
Eso se hace evidente al tratar
sobre el cambio climático. Para muchos, una importante causa del mismo estaría
en el desarrollo tecnológico de los últimos siglos, desarrollo que ha llevado a
enormes transformaciones en amplias zonas del planeta, y que ha provocado
procesos que, según se admite, alteran profundamente el clima.
Afirmar la causalidad humana
en el cambio climático exige ofrecer buenas pruebas, lo cual no siempre es fácil.
No faltan autores, con mejores o peores argumentos, que ponen en duda la
incidencia de las acciones humanas en el cambio climático, y que señalan como
causas del mismo otros factores que van más allá de nuestras posibilidades de
intervenir para modificarlo.
Lo anterior, en vez de ser un
problema, puede convertirse en un estímulo para nuevas investigaciones y para
un esfuerzo por comunicar los resultados de las mismas a la gran población y,
sobre todo, a quienes luego pueden tomar decisiones en vistas a evitar daños
ambientales de importancia que tengan como causa principal las actuaciones
humanas.
El tercer aspecto filosófico
reviste una importancia particular: una renovada atención hacia los conceptos
de bien y de mal. Eso es evidente en todos aquellos grupos y en tantas personas
particulares que acusan a los seres humanos de ser culpables del cambio
climático, cambio considerado como dañino, como malo, para nuestra generación y
para las generaciones futuras.
En un mundo donde muchos
defienden el relativismo y donde suponen que ya no tiene sentido hablar de
actos buenos y actos malos, la atención hacia la responsabilidad humana en el
cambio climático permite redescubrir la ética y su papel a la hora de promover
acciones buenas y condenar (y perseguir) aquellas que sean malas.
Se podrían señalar otros
aspectos en los que la filosofía colinda con las discusiones y propuestas ante
el cambio climático. Las apenas recordadas tienen una vigencia perenne, porque
permiten volver a temas de la filosofía de siempre que ayudan a estudiar un
tema, el cambio climático, que tanto interés reviste en nuestros días.