UN PUÑADO DE ROSAS
Todo
comenzó a mediados del 1500.
Un
sencillo hombre de pueblo, Juan Diego, se traslada a la ciudad temprano en la
mañana para cumplir con su asistencia a misa.
Era
algo que hacía todas las mañanas y aquella era igual a otras.
Algo,
en el camino, señalaría a aquella mañana como demasiado especial.
Una
voz femenina pronunciaba su nombre y, con asombro, habría de descubrir nadie
había en el lugar.
La
voz vuelve a pronunciar el nombre de Juan Diego y le solicita le diga Obispo
desea tener allí un templo.
Sin
entender nada asiste a la misa y luego solicita poder hablar con el Obispo para
relatarle lo que había vivido en el trayecto.
El
Obispo no da mucho crédito a aquel relato y lo envía para su casa.
A
la mañana siguiente vuelve a repetirse la voz que lo llama por su nombre y
envía a decirle al Obispo el mismo recado de la solicitud de un templo en aquel
lugar.
Ante
tal reiteración el Obispo, para dar crédito a lo escuchado y conformar al
desconcertado Juan Diego, le indica solicite una señal que ofrezca alguna
credibilidad.
Unos
días después Juan Diego vuelve a escuchar la voz y su nombre y plantea la
solicitud del Obispo.
La
voz le indica suba a la cumbre del pequeño cerro y lleve algunas de las rosas
que allí habría de encontrar.
Juan
Diego era un conocedor del lugar y muy bien sabía que en aquel cerro nunca
había habido rosas. No obstante ello trepa la pequeña cuesta para cumplir con
lo indicado.
Grande
fue su asombro al encontrar, en la cima del cerro, una importante cantidad de
plantas de rosas y todas ellas florecidas.
Se
acomoda la tilma (especie de manto construido con yuta entretejida) y allí
comienza a depositar un puñado de rosas que va recogiendo.
Sin
suponer que aquello era sólo el comienzo pero sabiendo algo extraño estaba
sucediendo va con su tilma cargada de un puñado de rosas a presentarse al
Obispo.
Muy
bien no sabía cómo relatar lo sucedido pero sabiendo llevaba el signo que le
habían solicitado y él hablaba con más elocuencia que todas sus posibles palabras
irrumpió en la sala donde el Obispo le atendería.
Juan
Diego comenzó balbuceante a relatar lo sucedido pero el Obispo lo cortó con un
reclamo del signo solicitado.
Este
aflojó las manos y la tilma dejó caer un puñado de rosas.
Juan
Diego no veía lo que llamaba tanto la atención de aquellas personas allí
presentes.
Fue
el último en enterarse cuál habría de ser el gran signo que había portado.
En
la tilma había quedado impresa la imagen de María.
Fue,
recién, a finales de la década del 1920 que aquella imagen comenzaría a
interrogar a la ciencia.
Allí
se descubrió que en los ojos de aquella pintura se conservaba la reproducción
de lo que ella veía en aquella sala y en los ojos del Obispo se reproducía lo
que este estaba observando.
Con
el paso del tiempo aquella imagen primera fue adornada con estrellas y ángeles.
Pinturas que deben ser retocadas periódicamente mientras la imagen primera
nunca se decoloró ni debió ser retocada.
La
imagen que se ve es la de una jovencita judía de unos trece años.
Sus
facciones no responden a ninguna etnia americana sino a una judía.
Luego
los estudios habrían de determinar que es una jovencita embarazada puesto que
es su vientre pueden escucharse las pulsaciones correspondientes a un feto.
Hay
un autor que posee un libro dedicado al estudio de dicha tilma y concluye cada
uno de los capítulos de su libro con la siguiente afirmación: “Si tuviese fe
diría que es un milagro pero como carezco de ella debo concluir con un
inexplicable”
Todo
comenzó con un puñado de rosas que continúa desafiando a la ciencia y
permitiendo muchos encuentren en ello razones para una devoción o admiración.
Padre
Martin Ponce de Leon SDB