DULCE DE ZAPALLO
Me habían regalado unos deliciosos trozos de
dulce de zapallo para que los compartiera con la gente de la mesa compartida.
Digo
delicioso porque antes de llevarlo al comedor lo había probado. Debo reconocer
dudé entre llevarlo y compartirlo o guardarlo e irlo comiendo con el paso de
los días pero terminé inclinándome por lo primero.
Cuando
lo llevé dije que era una donación de uno de los comensales. Yo y él sabíamos
era un invento de mi parte puesto que la donación venía de otro lado.
En
varias oportunidades le escuché hablar del horno de barro que hay en la casa de
su hermana y, entonces, afirmé que era un dulce bien casero porque hecho por él
en su horno de barro.
Nunca
podré saber si, en su imaginación, lo decía en serio o continuaba mi disparate,
pero comenzó a explicar cómo lo había realizado utilizando el horno.
Con
mucha seriedad relataba el tamaño de la boca del horno que permitía pudiese
introducir una olla y cómo hacía para revolver el dulce sin sacarlo del centro
del horno.
Todas
las veces que le preguntaron si era cierto que él había realizado aquel dulce
él se mantenía en su afirmativa.
Cuando,
a lo largo de la mañana, alguien le criticaba alguna cosa él se defendía
diciendo que nunca más iba a traer de algún dulce que hiciese.
Luego
del postre alguien preguntó si no había un poco más de dulce de zapallo para
repetir y se le dijo que no era posible tal cosa él saltó aclarando que había
llevado para que fuese probado solamente.
Todo
había comenzado con un invento de mi parte y terminaba el almuerzo con la duda
si él no estaba convencido de haber aportado el dulce que se gustaba en esa
oportunidad.
Le
escuchaba y no podía creer hablase con tal convicción de una realidad que sabía
no era elaborado por él.
Fue,
entonces, que me puse a pensar en que tal comportamiento era muy propio de
nuestra condición humana.
Muchas
veces, con absoluta tranquilidad, nos apropiamos de logros de los cuales no
somos propietarios.
Casi
que con total tranquilidad hemos retirado a Dios de nuestra existencia y el
individuo ha pasado a ser el único dueño de la historia.
Parecería
no tenemos nada que agradecer a Dios ya que todo es resultado de nuestros
esfuerzos.
Con
facilidad olvidamos que nuestras capacidades son un obsequio que hemos recibido
para que, poniéndolas al servicio de los demás, las hagamos crecer y
desarrollarse.
Con
facilidad olvidamos somos instrumentos de la acción de Dios.
Con
lujo de detalles podemos recorrer nuestros logros para gloriarnos de los mismos
pero olvidamos agradecer al que los ha hecho posible.
Vivimos
un tiempo donde, parecería, Dios se ha puesto en un costado para dejar al
hombre como centro y sabemos esto no es real.
Dios
continúa estando en el centro de nuestro existir por más que, muchas veces, le
ignoremos o le neguemos un reconocimiento.
Pese
a nuestra ingrata forma de comportamiento, Dios no nos retira lo que nos ha
dado y continúa obsequiándonos sus dones.
Son
regalos que nos realiza desde su amor por cada uno de nosotros y nosotros
seguimos considerando que esos regalos son propiedad y mérito de nuestra
capacidad.
Olvidamos
a Dios, lo hemos quitado de nuestra existencia, hemos construido una historia
donde Él no tiene mucha cabida.
La
anécdota del comienzo de este relato nos puede parecer incomprensible y propia
de quien posee alguna capacidad intelectual pero no es más que un reflejo de
nuestra conducta cotidiana.
Dios
no espera nada de nosotros pero nada nos costaría, muchas veces, no olvidarlo y
esbozar un sencillo GRACIAS por todo lo que nos brinda y hace posible.
Padre
Martin Ponce de Leon SDB