CON BOLICHE
Hay
gente que merece todo mi reconocimiento.
Cargan
sobre su vida un sin número de experiencias que le hacen saber con boliche.
Cuando
hago referencia a tal palabra no estoy diciendo, precisamente, un bar o algo
similar.
Digo
boliche en cuanto vida o sentido común.
Son
seres que transmiten la sabiduría aprendida a lo largo de calles transitadas.
Son
seres que han sabido aprender del hecho de no descubrirse dentro de una
burbuja.
Yo
sé que la universidad de la vida, esa que se cursa en el encuentro con los
demás, no emite diploma certificando un haber cursado por ella.
Ese
diploma es una postura ante la vida, un haber aprendido de las experiencias
vividas, un no encontrar la seguridad detrás de un escritorio y no perderse
ante las situaciones que se deben enfrentar.
La
vida está constantemente enseñando.
Es
un curso que jamás habrá de concluir.
Por
allí pasamos todos los humanos.
Podemos
transitar encerrados en nuestras cosas y, por lo tanto, ausentes a todo lo que
constantemente se nos enseña.
Podemos
transitar con los ojos y oídos bien abiertos como para no perder detalle de
esas lecciones diarias que se nos trasmiten.
Quienes
transitan la vida con atención son esos seres que no poseen respuestas
prefabricadas.
Son
esos seres que saben que, ante muchas situaciones, no existen palabras.
Las
personas con boliche son las que nos hablan desde realidades que nos
involucran.
Las
personas con boliche son las que nos hacen sentir que, pese a nuestra originalidad,
no somos tan raros como en oportunidades nos podemos creer.
Las
personas con boliche son las que hablan nuestro propio idioma y nos ayudan a
ver más allá de las cosas.
Tal
vez no sean las personas convocadas para brindar algún tipo de disertación
puesto que su gran discurso es lo cotidiano de su vida y lo simple de su
conversación.
Son
esos seres que han aprendido a no descartar experiencias, por más simples que
ellas puedan parecer, y saben
compartirla en el momento oportuno.
A
diferencia de otros, no utilizan palabras rimbombantes ni fórmulas aprendidas
de memoria, se nutren de lo cotidiano, lo simple y lo práctico.
Pese
a que todos transitamos por la vida, parecería, no todos asisten a la
universidad de la vida No todos
adquieren boliche.
Porque
no están dispuestos a ensuciarse los zapatos.
Porque
no se animan a correr riesgos o sufrir los golpes propios de quien se arriesga
a estar a la intemperie.
Tener
boliche debería ser una cualidad de todos puesto que todos transitamos,
constantemente, por la vida pero sobradamente sabemos que ello no es lo más
común.
Son
muy pocos los que se arriesgan a tener boliche.
Encontrar
algún ser que verdaderamente lo posee es encontrar algo así como un tesoro.
Es
encontrar un ser cargado de anécdotas (experiencias) de vida ya ajenas como
propias.
Es
encontrar un ser que sabe del poder que tienen sus manos puesto que ellas son
las pronunciadoras de sus grandes palabras.
Es
encontrar un ser que lejos de buscar o evadir los problemas sabe encontrar el
sencillo modo de enfrentarlos.
Es
encontrar un ser que no tiene miedo a quedarse sin palabras y nunca pretende
que la suya sea la última puesto que tiene muy asimilado que la última es
siempre esa a la que uno puede llegar.
Un
ser con boliche es, indudablemente, un regalo que Dios nos hace.
Un
ser con boliche es el que sabe compartir y darse sin esperar a cambio.
Vive
la vida con los ojos bien abiertos no para juzgar sino para aprender.
Un
ser con boliche despierta siempre una sonrisa porque nos ayuda a sabernos
útiles.
Es
una persona simple que transita con su gran carga de lecciones aprendidas para
compartirlas cuando alguien desea recibirlas.
Un
ser con boliche jamás nos enseñará otra cosa que a ayudarnos a vivir la vida
desde lo simple de cada día y así hacer de lo nuestro un gran canto de gratitud
a la vida misma.
Padre
Martin Ponce de Leon SDB