ABANICARSE
Siempre
me ha llamado la atención, en aquel templo, la no existencia de ventiladores.
Hay
días en que el calor se siente y no es ninguna exageración.
Por
tal ausencia los fieles deben de valerse de cualquier elemento para darse un
algo de aire fresco.
Muchos
fieles llegan al templo portando abanicos sabiendo les serán de utilidad. Otros
se sirven de las hojas de canto que se encuentran al ingreso del templo.
Allí
nadie puede quejarse de que los ventiladores están muy fuertes o demasiado
lentos. Los mismos no existen.
Yo
miraba y sonreía interiormente. Cada uno tenía su forma particular de
abanicarse.
Estaba
la que, cada tanto, abría su abanico y con fuertes movimientos se hacía aire
por unos breves momentos. Eran unos breves minutos de abanicarse pero de mucha
intensidad. Yo pensaba que era imposible mantener tal fuerza durante mucho
tiempo.
Estaba
la que durante toda la misa se abanicó con movimientos suaves y sostenidos. La
suavidad de sus movimientos le permitía el abanicarse durante tan prolongado
tiempo.
Estaba
la que se daba unos golpes de aire y cerraba su abanico. Movimientos suaves
pero intensos que apenas requerían el movimiento de su mano.
Si
no fuese que me distraía demasiado con tal observación me habría dado cuenta
que no había un estilo único de abanicarse. Cada uno lo hacía conforme la
necesidad de satisfacer su necesidad.
Lo
primero que se me ocurrió fue lo bueno de que eso sucediera porque así debe ser
la vivencia cristiana.
Cada
uno debe ser respetado en su forma de vivir a Jesús. No puede darse una única
manera de vivencia cristiana.
Vivir
a Jesús no es una cuestión de uniformidad sino de diversidad y autenticidad.
Vivir
a Jesús es una cuestión de coherencia personal.
Cada
uno está llamado a conservar su originalidad poniéndola al servicio de la
comunidad.
Las
comparaciones siempre resultan equivocadas porque olvidan la necesaria
conservación de la originalidad.
Vivir
a Jesús es una cuestión de convicciones hechas servicio a los demás.
Así
como cada uno se abanicaba conforme lo entendía necesario cada uno vive a Jesús
conforme está convencido de que es lo más fiel y coherente.
No
hay una única receta para la vivencia cristiana.
Lo
cierto es que hay un único Jesús al que se nos hace necesario descubrir para
hacerlo vida.
Lo
real es que no puedo creer en un Jesús que no se involucre con la vida de cada
uno.
Si el Jesús en el que creo es un
alguien que está encerrado en un templo, sin duda no he llegado al Jesús
verdadero.
Si el Jesús en el que creo no me
cuestiona para vivir constantemente como mejor persona, sin duda no he llegado
al Jesús verdadero.
Si el Jesús en el que creo no me
impulsa a hacer de mi vida un servir a los demás, sin duda no he llegado al
Jesús verdadero.
Cada uno sabe la medida en que hace
intento de vida el Jesús en el que cree.
Nadie puede juzgar las diversas
maneras de abanicarse. Cada uno lo hace conforme lo que siente es lo mejor. Por
más que no podía dejar de admirar a aquella mujer que lo hizo durante toda la
eucaristía con un ritmo suave y sostenido.
Pero no podía censurar a la que daba
cuatro o cinco golpes intenso ni a la que se daba pequeños golpes de aire.
Cada una de aquellas maneras eran
válidas formas de combatir el calor encerrado en el templo.
La manera que se posea de intentar
responder a lo que Jesús nos pide es válida siempre y cuando no perdamos
nuestra originalidad ni dejemos de ser nosotros mismos.
Padre Martin Ponce de Leon SDB