CONVERSIÓN DE JESÚS
Los
relatos evangélicos hacen elocuente referencia a un Jesús de Nazaret de una
importante actividad en los tres últimos años de su vida.
Los
relatos evangélicos, prácticamente, no hacen referencia a los muchos años
anteriores a la actividad arriba mencionada.
Sin
duda que hay un momento de quiebre entre estas dos realidades.
El
momento en que se llega hasta donde se encuentra Juan y se hace bautizar.
Muchas
veces he sentido decir que Jesús no necesitaba de aquel bautismo ya que Él no
tenía de qué convertirse.
Quienes
esto afirman es porque limitan conversión a perdón de los pecados.
Jesús
necesitaba recibir el bautismo de Juan.
Conversión
implica cambio.
Ha
pasado sus años de silencio, han de comenzar sus años de actividad pública.
Han
pasado sus años de ocultamiento, han de comenzar sus años de testimonio
público.
Los
relatos evangélicos no hacen referencia a ello pero deben de haber sido años de
dura lucha interior.
Para
Jesús, plenamente hombre, no debe haber sido fácil aceptar que también era
plenamente Dios.
De
aceptar tal cosa debía asumir una misión nada sencilla ni fácil de llevar a la
práctica.
Esa
doble realidad debe de haberla ido asumiendo progresivamente.
Los
relatos evangélicos no se detienen en ello puesto que su finalidad es hacernos
saber que era tan Dios como hombre.
Después
nos mostrarán como Jesús va cambiando en cuanto a su tarea de Cristo.
Aceptar
que su mesianismo era por sustitución no le fue sencillo y va realizando un
progreso en torno a dicha concepción.
Por
ello es que uno supone no debe haberle resultado sencillo asumir que era Dios
hecho hombre.
Era
asumir que habría de complicarse su vida hasta el extremo.
Era
asumir que debería brindarse sin guardarse nada para sí.
Era
asumir que estaba allí con una misión y la misma no era de fácil realización.
Fueron
muchos años de silencio.
Silencio
donde se desarrolla un, nada fácil de suponer, conflicto interior.
Pero
llega un momento en que ya no puede contenerse más.
Llega
el momento de comenzar a desarrollar el sentido de su vida.
Debe
comenzar su vida pública.
Su
presencia solamente responde al gran amor que el Padre Dios tiene por los
hombres y él viene a salvarlos en la medida que lo acepten
como el Cristo.
Aún
hoy dicho planteo continúa ofreciendo resistencias.
Aún
hoy dicha propuesta no es sencilla de aceptar.
Mucho
más difícil debe de haber resultado para sus contemporáneos.
Muchos
de ellos le habían visto crecer y conocían a sus familias.
¿De
dónde le venían esas veleidades de Dios?
Es,
entonces, cuando se presenta donde Juan para hacerse bautizar.
Es
el símbolo del cambio que se operó en él y comenzaba a ser vida pública.
Es
perfectamente lógico que se haga bautizar.
Atrás
van a quedar sus años de silencio y carpintería.
Atrás
van a quedar sus años de dilucidaciones y
conflictos interiores.
Ahora
todo será anuncio y manifestación.
Ahora
todo será predicación y llamado a la conversión.
Lo
suyo es mucho más que un simple cambio.
Es
la manifestación de haber asumido quién es y para qué ha sido enviado.
Es
el aceptar que ya no hay más lugar para la “tranquila” vida que hasta ese
momento ha llevado.
Todos
conocían el destino de los muchos profetas aparecidos en aquel tiempo.
Él
sabe que ello es una posibilidad para su futuro.
También
asume esa realidad.
Sale
a la intemperie, comienza su Buena Noticia.
¿Cómo
no necesitar un bautismo de conversión?
Padre
Martin Ponce de Leon SDB