OLA DE CALOR
Desde
hace varios días uno de los temas obligados es el del calor.
Siempre
he manifestado que entre el frio y el calor prefiero a este último.
Pese
a ello debo reconocer no me agrada estar con la ropa pegada al cuerpo producto
de la transpiración que uno vive.
Para
redondear más la situación, en horas de la noche, donde la temperatura
desciende un algo, los mosquitos se encargan de hacer largas, muy largas, las
horas de la noche.
Pero
algo he aprendido. Por más que me queje del calor el mismo no deja de estar.
No
ganamos nada quejándonos puesto que el calor no se retira como resultado de
nuestras quejas o protestas.
Cada
vez que me quejo no pienso en esos muchos que, por trabajo, deben hacer su
jornada laboral en condiciones mucho peor que las que uno puede vivir.
No
pienso en esos que deben trabajar en la reparación de alguna ruta y están,
sobre el hormigón, al rayo del sol sin la posibilidad de ventiladores o aire
acondicionado.
No
pienso en los que deben trabajar junto a algún horno en alguna panadería.
No
pienso en esos que se derriten bajo el sol mientras recorren calles de la
ciudad ofreciendo helados que bien resguardados en conservadoras cuelgan de sus
hombros.
No
pienso en los que hacen su jornal cuidando autos sobre el ardiente hormigón de
la ciudad.
Así
podría continuar con una larga lista de realidades que están allí y en las que
no pienso por deber quejarme de la ola de calor.
Por
lo general quienes nos quejamos del calor tenemos una serie de comodidades que
nos permiten disimular este tiempo. Ventilador, aire acondicionado o una
heladera con agua fría disponible.
¿Qué
ganamos con nuestras quejas?
Nada,
absolutamente nada, pero parece una obligación quejarnos.
No
hace mucho una persona me decía: “¿Alguna vez ha pasado dos o tres horas
seguidas sobre el calor que sube desde la calle? Allí sabría lo que es pasar
calor”. Tal cosa me lo decía desde su experiencia de cuida coches.
Tampoco
se gana nada convenciéndose de que el calor existente es una cuestión mental y
si lo niego el mismo no se siente tanto.
Dicen
que ello funciona pero soy un convencido que no se puede negar la realidad.
Debemos
saber aceptarla e intentar vivirla de la mejor manera posible.
La
ola de calor que nos invade, como otras tantas cosas que nos tocan vivir, no
hacen otra cosa que servirnos para evidenciar nuestra realidad personal.
¿Cómo
enfrento las situaciones que me tocan vivir?
¿Cómo
la oportunidad para el malestar?
¿Cómo
una oportunidad para estar a disgusto?
¿Con
resignación?
¿Intentando
negar la realidad existente?
¿Cómo
una oportunidad de tener presente a los demás en mi vida?
Cuando
no nos quedamos en nosotros mismos es cuando nuestra vida se hace fecunda y
maduramos creciendo como personas.
Esta
ola de calor es, sin duda, una oportunidad que Dios nos brinda.
Para
valorar lo que tenemos y nos ayuda a no pasar tantos ratos de abundante calor.
Para
poder dejar de pensar, únicamente en nosotros, y tener en cuenta a esos muchos
que queman horas de trabajo a la intemperie.
Para
aprender a no quejarnos infructuosamente.
Para
aprender a enfrentar situaciones de vida adversas con amor y una sonrisa.
Para
aprender a convivir con situaciones que no podemos revertir porque ello no está
a nuestro alcance ni entra dentro de nuestras posibilidades.
Debo
terminar este artículo puesto que necesito tomar un poco de agua bien fría y,
mientras tanto….¡Uffff…! ¡Qué
calor!!!
Padre
Martin Ponce de Leon SDB