La fuerza de los demagogos

P. Fernando Pascual

29-2-2020

 

Sorprende que hoy, como en el pasado, los demagogos sean escuchados y convenzan a miles de personas.

 

Sin embargo, no debería de causar sorpresa ese fenómeno si evidenciamos uno de sus motivos: el deseo de la gente de seguridades y promesas.

 

Cada ser humano recuerda el pasado, evalúa el presente y piensa en el futuro desde presupuestos, emociones y experiencias que forman parte de la propia vida.

 

En muchas apreciaciones ante lo ocurrido y lo que ocurre hay reproche, inconformidad, anhelo de cambios, esperanza de mejoras, miedos más o menos conscientes.

 

Un demagogo sabe lo fácil que resulta atraer a personas desconformes, inquietas, temerosas. Basta con lanzar promesas fáciles, con ofrecer esperanzas que “borren” los riesgos que pueden ser temidos al mirar hacia el futuro.

 

Al escuchar a algunos políticos, analistas, escritores, profesionales de la prensa, encontramos frases, promesas, análisis que están llenos de tópicos vacíos y de promesas difíciles de cumplir.

 

Las personas descontentas, inquietas, temerosas, pueden tener mayor o menor espíritu crítico. Pero muchas de ellas se alegran al encontrar líderes que presenten proyectos para el futuro que encienden entusiasmos fáciles, aunque se basen en mentiras.

 

La fuerza de los demagogos está enraizada, por lo tanto, en el anhelo humano por encontrar caminos para salir de los males presentes y avanzar hacia mejoras con las que se promovería un mundo mejor.

 

Solo que la fuerza del demagogo está herida por la mala raíz de la mentira, de la ambición, del uso engañoso de palabras que generan persuasiones falsas y esperanzas fútiles.

 

Si denunciamos los actos de demagogia y promovemos reflexiones maduras, realistas, abiertas a la verdad al reconocer las dificultades, podremos orientar las mentes y los corazones hacia propuestas buenas y realistas.

 

Quizá esas propuestas, precisamente porque son sinceras, estarán acompañadas por la conciencia de que los riesgos nunca podrán ser eliminados de ningún proyecto humano.

 

Pero ser conscientes de tales riesgos nos aparta de la demagogia y nos permite orientar los propios esfuerzos hacia reformas y cambios que, bien fundados en la verdad, ayuden a aliviar un poco los sufrimientos de tantas personas necesitadas de esperanza.