EL
DERECHO A LA CLASE DE RELIGIÓN
Padre
Pedrojosé ynaraja
díaz
Si algún lector ha leído mis
últimos artículos y se le ha ocurrido compararlos con las exigencias del
episcopado reclamando la asignatura de religión en los programas escolares, tal
vez haya pensado que existe contradicción entre su doctrina y mis opiniones, o
más bien certezas. La cuestión quedará clara si advierto que la jerarquía
se refiere al derecho de la Iglesia y el hecho, hoy y aquí, de la actitud de
los alumnos y la pericia o impericia, de los profesores. No se trata de
doctrina, es indiscutible práctica. Y que se enfade quien quiera.
Repito que no hay cosa tan
satisfactoria como el enseñar al que no sabe, ni martirio como el de tratar de
enseñar al que no quiere aprender. Añadiría: ni tan perjudicial, como encargar
la enseñanza al inexperto.
Me refería la semana pasada a
resultados. En un determinado momento solicité mi renuncia a tal oficio, que
perjudicaba mi salud, pese a que el sueldo que recibía era apetitoso.
Conservaba mal recuerdo de mis
últimas experiencias, ilusionado como había estado a la que creía era mi
vocación. Ya me estaba haciendo viejo, cuando recibí la invitación a dictar
unas clases, pocas, muy pocas, como profesor de la asignatura de valores y en
concreto, los que se incluían en la Biblia. Me advirtió quien hizo tal
proposición, que se trataba de una universidad privada, a la que acudían
alumnos de diversas procedencias geográficas y por tanto la enseñanza suponía
importante dispendio económico.
La práctica fue un éxito, supuso
para mí una felicidad tal, que se la agradecí a Dios y al profesor
titular, y aun hoy en día, ya que fue clase y no de catequesis, a lo que
fui fiel, continúo pidiéndole a Dios: a los que fueron mis discípulos,
buenas noches, les des Dios.
La pregunta sería ¿únicamente
tratándose de ámbitos selectos es útil defender tales derechos? Ya que las
pesquisas que vengo haciendo, antes y ahora y aquí, no convencen precisamente
de que la clase de religión sea iniciativa que merezca tantos desvelos. (continuaré).