El sentido del aprendizaje
P. Fernando Pascual
21-3-2020
Es posible distinguir entre la
capacidad humana de aprender, y el ejercicio de tal actividad.
Cuando observo una colmena, mi
capacidad para aprender puede llevarme a una conclusión nueva, a un aprendizaje,
sobre el modo de trabajar de las obreras en la entrada o sobre el sistema de
vuelo de las abejas destinadas a la vigilancia.
¿Qué sentido tiene cada nuevo
aprendizaje? ¿Qué gana el ser humano con adquirir nuevos conocimientos,
habilidades, competencias?
Cada uno puede descifrar el
sentido de aquello que aprende. Algunos contenidos sirven para la vida
práctica. Otros mejoran nuestras relaciones. Otros simplemente satisfacen esa
insaciable curiosidad humana.
Lo importante es descubrir
cómo nuestros aprendizajes forman parte del bagaje personal que nos acompaña
continuamente, según sea mayor o menor la persistencia en la memoria.
Gracias a una nueva destreza
electrónica puedo trabajar mejor en casa o en la oficina. Gracias a la
información sobre una terapia segura puedo aconsejar a un amigo que sufre por
una enfermedad crónica.
Ese bagaje personal incluye
también lo que se refiere al sentido más profundo y rico de la existencia
humana. No somos solamente seres biológicos con necesidades y funciones
complejas. Somos también seres espirituales que necesitan descubrir un
significado para la propia existencia.
Por eso, entre los saberes que
buscamos, la filosofía cuenta con un lugar único, pues permite entender mejor
lo que significa vivir, en una historia humana que no puede ser explicada
solamente como una cadena de acontecimientos casuales o determinados.
También la apertura al
encuentro con Dios, y un Dios que pueda convertirse en interlocutor del hombre,
tiene un valor particular. Por eso, cuando un ser humano acoge a Cristo como
enviado del Padre y Salvador del mundo incorpora en su mente y en su corazón un
aprendizaje sumamente valioso.
A lo largo de las distintas
experiencias, las espontáneas (observar los gestos de un pasajero en el tren) y
las escogidas (cuando abro una página de Internet para buscar buenas
explicaciones sobre la epidemia que nos inquieta), acogemos nuevos saberes que
se incorporan a nuestros modos de pensar, sentir, querer.
Desde esos saberes hemos sido
enriquecidos un poco (o un mucho), y podemos aportar, a quienes están en
relación con nosotros, ese tesoro de la verdad que ilumina las mentes y guía
los corazones a acciones que pueden hacer este mundo un poco mejor y más
esperanzado.