Verdades, falsedades y
revistas científicas
P. Fernando Pascual
11-1-2020
Una persona sin títulos puede
exponer verdades por conocimiento directo de los hechos o por reflexiones bien
elaboradas sobre ciertos datos. Lo que diga o escriba, seguramente, logrará
poca difusión al no ser reconocido como alguien apto para publicar en revistas
científicas.
Una persona con títulos puede
exponer falsedades, errores, incluso mentiras, y lograr la difusión de las
mismas al ser aceptados sus textos en revistas que tienen buena fama y que
aceptan textos procedentes de quienes, al menos por su currículum, forman parte
de la comunidad académica.
Lo anterior se aplica en
diversos campos. Pensemos, por ejemplo, en la historia. Un testigo presencial
de una matanza de cientos de inocentes en una guerra civil puede ofrecer su
testimonio y no ser aceptado en una revista “peer review”
por no incluir en el mismo notas, ni seguir un formato serio, ni tener el aval
de una titulación.
Al mismo tiempo, un
historiador que tenga doctorado y que incluso imparta clases en una
Universidad, puede elaborar un estudio sobre esa matanza a partir de lo que
dicen documentos oficiales, partidos políticos implicados, y otras “fuentes”,
llegando a conclusiones falsas que serán difundidas cuando su estudio sea
aceptado y publicado por tener avales de seriedad “científica”.
El mundo de las publicaciones
científicas encierra este tipo de paradojas, y parece casi imposible
superarlas. Los comités que analizan contenidos dan una enorme importancia a la
bibliografía, a los aspectos formales, al currículum del autor de cada artículo
o libro.
Por eso, una persona que diga
verdades y carezca de reconocimiento en el ámbito académico seguramente quedará
excluida del mundo de la divulgación científica. A lo sumo, con un poco de
fortuna podrá dar a conocer sus conclusiones en un sencillo blog o en alguna
editorial que muchos denunciarán como poco seria y ajena al mundo
universitario.
Al mismo tiempo, otra persona
que diga falsedades, incluso que mienta y manipule al ocultar lo que vaya
contra sus ideas y al citar solo lo que las corrobore, tendrá muchas más
posibilidades de difundir sus errores si tiene títulos y un buen círculo de
apoyo en la así llamada comunidad científica.
Causa cierto pesar constatar esta
situación, en la que algunas verdades quedan excluidas de los ambientes
científicos mientras que algunas falsedades corren como pólvora y se repiten
continuamente cuando artículos citan otros textos publicados donde los errores
han sido revestidos de seriedad.
¿Es superable esta situación?
Parece difícil, sobre todo cuando una censura de guante blanco no solo llega a
los comités científicos de editoriales y revistas, sino incluso a los ámbitos
universitarios para excluir de cualquier titulación a quienes piensan fuera de
la ideología que domina en ciertos ambientes.
A pesar de lo anterior, la
verdad, tarde o temprano, sale a relucir. Quizá aquí en esta tierra, cuando un
catedrático serio reconozca como verdad lo que es narrado por una persona sin
títulos y permita que tal persona sea escuchada por otros.
Sobre todo, eso ocurrirá tras
la muerte, cuando nos encontremos con Dios, que denunciará cualquier mentira
deliberada divulgada con más o menos éxito, y que hará brillar, para siempre,
la Verdad que todo hombre bueno desea desde lo más íntimo de su corazón.