Pluralismo antipluralista
P. Fernando Pascual
14-4-2020
Existe una defensa de la
tolerancia que lleva a la intolerancia. Ocurrió ya en uno de los grandes
defensores de la tolerancia, John Locke, cuando mostró una particular
intolerancia y antipatía hacia los católicos.
Existe una defensa del
pluralismo que se convierte en antipluralista, cuando
en nombre del pluralismo se promueven leyes y medidas que poco a poco ahogan la
sana libertad de expresión.
Eso pasa, por ejemplo, cuando
en nombre del respeto a las diferencias se censura, incluso se castiga,
cualquier expresión que implique criticar modos de pensar o de actuar de otros.
O cuando, para promover la
convivencia con otros, se penaliza a quienes están convencidos de que lo que
promueven es verdadero y beneficioso.
Una de las grandes paradojas
del pluralismo antipluralista consiste precisamente
en afirmar que solo el pluralismo promueve la convivencia, al mismo tiempo que
considera las otras posiciones como negativas, sin darse cuenta de incurrir en lo
que dice condenar.
Porque ciertos pluralistas
actúan con una convicción fuerte, la que defiende al pluralismo como bueno, al
mismo tiempo que marginan, critican, o condenan a quienes consideran que el
pluralismo puede ser malo.
Para evitar las paradojas del
pluralismo antipluralista, de las tolerancias
intolerantes, y de los liberalismos antiliberales, hace falta descubrir el
valor de algo tan sencillo como el respeto a lo que piensan y digan las
personas en un uso correcto de su inteligencia.
Esa inteligencia llevará a
conclusiones diferentes que pueden convivir en la vida social desde un
principio que precede al mismo pluralismo: el que reconoce la igual dignidad de
los seres humanos, digan lo que digan y piensen lo que piensen.
Ello no implica que las
sociedades no puedan promover regulaciones del uso de la libertad de expresión
según el respeto a los principios básicos de convivencia y en el respeto de los
derechos fundamentales de todos.
Pero tales regulaciones no
pueden impedir la sana competición entre ideas y propuestas que pueden ser
debatidas, incluso cuando algunas de esas propuestas (casi todas son así) se
construyen desde la postura de quien dice: tú estás equivocado y yo tengo
razón.
Esa postura no es en sí misma
totalitaria ni liberticida, sino algo irrenunciable del modo de pensar de los
seres humanos. Solo se incurre en el totalitarismo cuando una propuesta
(también la que se viste de tolerante y pluralista) quiere impedir o condenar a
los que defienden ideas diferentes.
Frente al pluralismo antipluralista, entonces, resulta necesario promover un
sano pluralismo, que vaya más allá de las imposiciones arbitrarias que se hacen
desde defensores de lo “políticamente correcto”, y que se base en el
reconocimiento del derecho a expresarse de quienes piensan de otra manera.
Entonces será posible cooperar
y dialogar con quienes tienen puntos de vista diferentes, en ese camino tan
humano que nos hace escuchar a otros y defender los propios puntos de vista
desde el respeto mutuo y el amor, irrenunciable, a la verdad.