HUMANOS
Uno
de los componentes esenciales a nuestra condición de personas son nuestras
manos.
Nuestras
manos, ayudadas por la razón, son capaces de realidades sorprendentes.
Siempre
poseen capacidades que nos pueden llenar de gozo o de vacío.
Ellas
nos pueden ayudar a salir de nosotros o encerrarnos en nosotros mismos.
Con
nuestras manos solemos construir nuestros mejores gestos de solidaridad.
Son
ellas las que, unidas a otras manos, gestan esa prolongada cadena solidaria que
contagia a otras manos.
Desde
ellas, tendidas al encuentro de los demás, podemos hacer que alguien se
descubra persona porque digna.
No
ha de existir signo más reconfortante que el poder hacer que otro se
experimente respetado, aceptado y comprendido.
Son
nuestras manos las que logran que alguien se anime a salir de si mismo y
permitir el acceso a su interioridad.
Son
nuestras manos las que construyen puentes de confianza y cercanía.
Ellas
logran realizar el milagro de despertar una sonrisa en un rostro arisco y
dolido.
Ellas
son las que dibujan chispas de colores brillantes en la mirada de quien se
descubre respetado.
Desde
nuestras manos nacen esos pequeños gestos que, para otros, pueden significar
grandes gestos.
Nuestras
manos pueden despertar el calor de las ganas de superarse de otras manos.
Ellas
pueden hurgar en nuestro interior para ayudarnos a ser mejores personas porque
con las manos curtidas de entrega.
Desde
ellas salimos al encuentro de los demás y podemos aprender a equivocarnos un
poco menos.
Nuestras
manos siempre son dignas.
Aunque
tengan los dedos marrones de horas de tabaco.
Aunque
tengan las uñas largas y enlutadas de suciedad.
Aunque
tengan durezas de escobas y paños de piso.
Aunque
tengan la tersura de la tiza y borrador.
Aunque
tengan la delicadeza del quehacer detrás de un escritorio o entre papeles.
Nunca
nuestras manos se envilecen por curtirse de trabajos y ternuras.
Nunca
nuestras manos se envilecen por heridas producidas por la entrega y el hacer
algo para los demás.
Nuestras
manos se empobrecen cuando las guardamos para alguna situación especial.
Nuestras
manos se empobrecen cuando no saben obsequiar una caricia.
Nuestras
manos se empobrecen cuando las cuidamos para nosotros mismos.
Ser
persona dice de relación con los demás y son nuestras manos quienes establecen
esa relación.
Cuando
permitimos que nuestras manos se colmen de mariposas de delicados colores es cuando nos volvemos
importantes e imprescindibles para los demás.
Cuando,
desde nuestras manos, obsequiamos brillantes mariposas es cuando hacemos nacer
el amor en nuestro relacionarnos con otros.
Así
hacemos un mundo mejor porque más humano.
Cuando
no nos limitamos a esconder nuestras manos es cuando vemos que nuestro entorno
se llena de colores brillantes.
Nuestras
manos sonríen cuando obsequian una colorida mariposa pese a las distancias o
las ausencias.
Son
tesoro invalorable cuando las ponemos al servicio de los demás.
Se
hacen vacío y frustración cuando las llenamos de miedos y desconfianzas.
Son
un puente que permite la cercanía y la posibilidad de un encuentro.
Ellas
son el espejo en el que podemos observar nuestra realización en la medida que
plenas de distintos rostros.
Cuando
miramos nuestras manos y únicamente nos vemos todo se nos vuelve vacío y
soledad insoportable.
Nuestras
manos son constructoras de presente y mañana.
Nuestras
manos son mucho más que una simple parte de nuestro ser.
Por
ello es que Jesucristo nos enseña sus manos destrozadas.
La
verdadera realización está en no guardarnos nada y darlo todo.
La
felicidad está en nuestras manos porque son ellas las que nos hacen
verdaderamente HU- MANOS.
Padre
Martin Ponce de Leon SDB