Estadísticas, encuestas y
verdad
P. Fernando Pascual
20-4-2020
Las estadísticas y las
encuestas ayudan a comprender aspectos importantes de la realidad si están bien
elaboradas, si han sido aplicadas sobre un muestrario de población
representativo, si son interpretadas de modo serio.
No faltan críticos a las
estadísticas y a las encuestas, sea por límites intrínsecos en su modo de
funcionar, sea porque al ser interpretadas es fácil incurrir en errores de
diverso tipo.
Si dejamos de lado las
discusiones sobre las maneras que serían correctas para elaborar y difundir
estadísticas, hay un tema que merece ser abordado: las relaciones que puedan
existir entre estadísticas y verdad.
Tales relaciones se colocan en
diversos ámbitos, lo cual hace difícil estudiarlos de modo adecuado. Podemos
fijarnos en dos: en las posibilidades que tengan (o no tengan) las estadísticas
y las encuestas en reflejar cómo piensa o vive la gente; y en lo que
signifique, respecto del conocimiento de la verdad, el que una idea sea aceptada
por un porcentaje mayor o menor de personas.
Respecto de lo primero, salta
a la vista que las estadísticas no siempre consiguen describir los modos de
pensar y de vivir de la gente. Hay ocasiones en las que lo recogido por una
encuesta antes de las elecciones queda confirmado por los resultados de las
urnas. En otras ocasiones, los resultados desmienten de modo clamoroso lo
anunciado por las encuestas...
Este fenómeno se puede
explicar de diversas maneras. Una, sencilla, surge cuando no se ha elaborado un
buen método para interpelar a la gente. Otra, más compleja, cuando un buen
número de personas no responde bien a las preguntas, sea por no percibir los
matices de un cuestionario, sea por un deseo de “esconder” lo que realmente
piensan o hacen.
Respecto del segundo ámbito,
parece que algunos medios informativos e intérpretes de estadísticas insinúan,
o defienden abiertamente, que una propuesta o idea sería buena (verdadera) si
las estadísticas muestran que una mayoría de la población encuestada se adhiere
a ella.
Basta con un poco de sentido
común para ver con qué facilidad la gente puede estar engañada, o confundida,
lo cual se refleja en encuestas y estadísticas en las que un buen número de
personas dan por verdadera una respuesta falsa.
Es más compleja la situación
por lo que se refiere a las opiniones sobre ética o sobre política, donde un
porcentaje elevado de la población aprueba o rechaza ciertas propuestas desde
ideas y prejuicios que pueden ser claramente equivocados.
Ha ocurrido, y ocurre también
hoy, que en algunas zonas geográficas una mayoría adopta prejuicios racistas, o
desprecios hacia minorías, o simplemente aplaude propuestas políticas
consideradas como benéficas cuando basta con un poco de sentido común para
comprender que, de ser aplicadas, provocarían graves daños a la economía y al
bienestar de la gente.
A pesar de esos límites, el
uso continuo de encuestas y estadísticas ayuda a comprender, si se procede de
modo serio y honesto, el complejo mundo de los hombres, que experimentan, junto
al sano deseo de alcanzar la verdad, la continua amenaza de equivocarse por
culpa de engaños y pasiones que apartan de la misma.
Por eso, una actitud
intelectual abierta a la búsqueda, promueve ese esfuerzo riguroso que sabe
relativizar el valor de estadísticas y encuestas, incluso cuando están bien
elaboradas, para seguir en ese camino humano que reflexiona sobre cada asunto
con un único deseo: conocer, en la medida de lo posible, la verdad.