El bien y la existencia de
Dios
P. Fernando Pascual
16-5-2020
En unos ejercicios
espirituales predicados a la Curia romana y en presencia del Papa Juan Pablo
II, el padre Tomas Spidlik, sacerdote jesuita checo
que luego llegó a ser cardenal, contó una anécdota sobre una fundadora
religiosa y sus diálogos con una mujer enferma incurable.
Un día que atendía a la
enferma, la religiosa la invitó a rezar. La enferma contestó de un modo que
daba a entender su falta de fe: “Si Dios existiese, yo no estaría aquí, sumida
en esta miseria”.
Pasó el tiempo, y la religiosa
estaba de nuevo atendiendo a la enferma. De repente, esta afirmó: “Dios tiene
que existir”. La religiosa quedó sorprendida por esta afirmación, y preguntó
por qué ahora decía esto. La enferma contestó: “Todo el bien que usted ha hecho
por mí no puede haberse perdido”.
Muchos, ante la experiencia
del dolor y del mal, sobre todo en seres queridos, han puesto en duda la
existencia de Dios. ¿Por qué? Porque parece incompatible aceptar a Dios y
constatar que “permite”, “tolera”, o incluso puede “querer” el sufrimiento de
inocentes.
Sin entrar a fondo en las
muchas reflexiones que se han hecho sobre el tema, la reacción de la enferma
apenas recordada ofrece una perspectiva enriquecedora: Dios tiene que existir,
porque de lo contrario el bien correría el riesgo de perderse.
Alguno responderá que el bien
hecho por tantos y tantos hombres y mujeres que ayudan, que sirven, que
trabajan por la justicia, que construyen la paz, queda plasmado en el recuerdo
de los beneficiados y de la historia en general. Pero ese recuerdo no todos lo
consiguen y, con el pasar del tiempo, se diluye en el olvido, como explicaba el
filósofo alemán Robert Spaemann.
Para que el bien no se pierda,
para que la justicia llegue a su plenitud, para que la honradez quede
reconocida plenamente, hace falta afirmar que existe Dios, el único ser que
supera los límites del tiempo, que vence las arbitrariedades de los hombres, y
que rescata todo lo que de valioso existe en nuestro mundo.
Por eso, en medio de sus
dolores y su angustia, aquella enferma había dado un salto de gigante, gracias
a la paciencia, la servicialidad y el cariño de una
religiosa que seguramente no hizo grandes discursos teológicos, pero sí supo
estar al lado de quien sufría y necesitaba el apoyo de un corazón enamorado...