Voz del Papa
Ser portadores de alegría
José Martínez Colín
1) Para saber
¿Cuántas
estrellas hay en el universo? Aunque parece imposible contestar esa pregunta,
algunos astrofísicos han dado una cifra aproximada: diez mil millones de
billones. Y para darnos una mayor idea, dicen que hay más estrellas que granos
de arena en todas las playas del mundo.
Ante
tal grandeza, comenta el Papa Francisco, viene a nuestra mente el Salmo 8: “Al
ver tu cielo, hechura de tus dedos, la luna y las estrellas que fijaste tú,
¿qué es el hombre para que de él te acuerdes, el hijo de Adán, para que de él
te cuides?” (v. 4-5). Al contemplar la Creación, su grandeza, su belleza y su
misterio, se suscita en el corazón del hombre invocar a quien está detrás de
todo ello, orar al Creador.
El
hombre frente al Universo es una criatura fragilísima y, sin embargo, es una criatura
capaz de ser consciente de tal profusión de belleza y de amor, de descubrir a
su Creador y ponernos en relación con Él. Y de aquí le viene la grandeza, de su
relación con Dios, al constituirnos en hijos de Dios.
2) Para pensar
Partiendo
de la Creación, encontramos motivos para dar gracias y alabar a Dios. Así, la
oración nos abre la puerta a la esperanza. Si se reza, la esperanza crece. Esta
vida, a pesar de todas sus oscuridades, fatigas y días difíciles, no le falta
la luz para seguir adelante.
Relata
la autora de novelas de misterio, Agatha Christie, que hubo una lección en su
adolescencia que nunca olvidó. Su maestra de aritmética, a mitad de la clase,
inesperadamente les habló de la vida y la religión. Les dijo que cada una pasaría
por un período de sufrimiento que habría que saber afrontar para ser auténticas
cristianas, pues hay que aceptar la vida que Cristo vivió: con sus alegrías, como
en las bodas de Caná, y los sufrimientos como su soledad y sufrimiento en el
huerto Getsemaní. En esos momentos hay que aferrarse en la fe, en la esperanza
de que no es el fin: “Si no sufrís, no conoceréis el sentido de la vida
cristiana”. Luego continuó con su clase, pero esas palabras “se grabaron en mí
más que cualquier sermón, y años más tarde, al recordarlas, me volvieron a la
esperanza cuando la desesperación me tenía entre sus garras”.
3) Para vivir
La
oración nos confirma que la esperanza es más fuerte que el desánimo y el amor
más fuerte que la muerte. Al rezar, se sabe que incluso en los días más oscuros,
en los tiempos de dolor más grande, el sol no deja de iluminar. La oración
ilumina el alma, el corazón e incluso el rostro. Y así, ser portadores de
alegría, en vez de llevar tristeza o malas noticias.
Esta
vida es el regalo que Dios nos ha dado: y es demasiado corta para consumirla en
la tristeza, en la amargura, dice el Papa: “Alabemos a Dios, contentos
simplemente de existir. Miremos el universo, miremos sus bellezas y miremos
también nuestras cruces”, que todo nos lleve a dar gracias y a alabar a Dios.
Somos los hijos del gran Rey, capaces de leer su firma en toda la creación que
hizo por amor. Ese “gracias” es una hermosa oración.
Cuando
se oscurece la vida, basta con contemplar un cielo estrellado, una puesta de
sol, una flor…, para reavivar la chispa de la acción de gracias. El simple
hecho de existir, abre el corazón del ser humano a la oración.
José Martínez Colín es sacerdote, Ingeniero (UNAM) y
Doctor en Filosofía (Universidad de Navarra). (articulosdog@gmail.com)