Evitar el daño de las
represalias
P. Fernando Pascual
30-5-2020
En el hogar o en el trabajo es
fácil que surjan represalias. Sobre todo, cuando una persona está convencida de
que el otro actuó malamente y quiere que “pague” las consecuencias de su error.
Hay represalias pequeñas. En
el hogar, uno mezcla la basura de modo equivocado y recibe un reproche. Luego,
a la primera ocasión, el amonestado echa en cara al amonestador que haya dejado
una luz encendida por largo tiempo.
También ocurren represalias pequeñas
en la oficina. Un trabajador dejó estropeada la impresora. Su compañero se lo
echa en cara. Varios días después, el compañero imprime por error cientos de
copias inútiles: ocasión ideal para vengarse...
Hay represalias grandes, que
provocan incluso muertos, y hasta guerras. En la frontera, los guardias
dispararon por error y mataron a un ciudadano del país vecino. Al día
siguiente, suenan los cañones del otro lado de la barrera y provocan la muerte
de varios soldados...
Las represalias pueden parecer
un desahogo: quien lleva dentro una rabia contra el otro encuentra cierto gusto
amargo en devolver un golpe recibido en el pasado, como una especie de tomarse
la justicia por su mano.
Pero las represalias generan
muchas veces daños enormes en uno mismo y en quienes las tienen que sufrir. Si,
además, se desencadena una serie de acciones y reacciones continuas, en espiral
(me dañas, te daño, me vuelves a herir, te devuelvo el golpe), los males se
prolongan en el tiempo, si es que no se hacen cada vez más graves.
Para romper la espiral de
represalias dañinas, en ocasiones basta con no devolver un golpe recibido. No
resulta fácil, sobre todo cuando uno piensa que el otro merece un escarmiento.
Pero sí resulta bueno para uno mismo y, también, para el otro, pues se evita el
peligro de heridas mayores.
El mundo está lleno de
sufrimientos y lágrimas por represalias grandes, que se convierten en guerras
absurdas, y por represalias pequeñas, que hieren en un martilleo continuo las
relaciones entre esposos, hermanos, amigos, conocidos.
Frente a tanto dolor, quienes
saben perdonar, pedir perdón y, sobre todo, ofrecer cariño y paciencia a
quienes pueden cometer errores, generan procesos de acogida, de respeto y,
sobre todo, de paz, porque ayudan a evitar el daño continuo de las represalias.
Así se hace presente en el
mundo lo que se esconde en una de las bienaventuranzas de Cristo: “Bienaventurados
los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mt
5,9).