COMENTARIOS AL EVANGELIO DE SAN MATEO
CAPÍTULO PRIMERO: 6

Padre Arnaldo Bazán

"Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: "“Vean que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa: Dios con nosotros”(1,22-23).

Por inspiración divina, Mateo aplica directamente al nacimiento virginal de Jesús de su madre María, como la realización de la profecía de Isaías 7,14.

Por aquel entonces reinaba en Judá, patria del profeta, el rey Ajaz. Este estaba temeroso por la amenaza que pendía sobre su reino de parte de otros reyes, incluyendo el de Israel, por lo que buscaba ayuda de parte del rey de Asiria para salvar a Judá.

Pero Isaías le sale al encuentro para decirle que eso no lo quiere el Señor. Toda su confianza y la del pueblo debe estar en Yahvé su Dios, que lo librará de las asechanzas de los enemigos.

Ajaz se resiste a creer al profeta, por lo que éste lanza dicha profecía, anunciando el nacimiento del Mesías de una madre virgen.

En el versículo 21, Mateo narra que un ángel le revela a José que lo que ha concebido María es por obra del Espíritu Santo, por lo que debe acogerla como su legítima esposa, para que así el Niño que ha de nacer aparezca como su propio hijo, al que ha de poner por nombre Jesús.

Jesús y Emmanuel tienen un significado parecido. El primero significa Dios salva. El segundo, Dios con nosotros.

Ambos se refieren al deseo salvífico de Dios que ha de salvar a toda la humanidad de la maldición del pecado y de la muerte.

A los profetas del Antiguo Testamento les tocó anunciar la salvación que el Mesías vendría a traer. Así lo dijo el apóstol Pedro en un discurso a la israelitas: Moisés efectivamente dijo: "“El Señor Dios les suscitará un profeta como yo de entre sus hermanos; escúchenle todo cuanto les diga. Todo el que no escuche a ese profeta, sea exterminado del pueblo”. Y todos los profetas que desde Samuel y sus sucesores han hablado, anunciaron también estos días" (Hechos 3,22-24).

A José y María tocó realizar la voluntad de Dios, haciendo posible, aunque sin la intervención directa de José, que el Mesías prometido, el Hijo de Dios, se hiciese hombre igual a los otros hombres, en todo menos el pecado.

Sobre esto dice san Pablo: El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz (Filipenses 2, 6-8).

Arnaldo Bazán