PRUEBA

 

El corona virus trajo a nuestra marcha diversas consecuencias.

La falta de presencia de gente en nuestras misas dominicales que ha hecho se extrañe la comunidad que nos acompaña siempre. Claro que ello permitió la celebración con otras presencias extremadamente disfrutables.

La ausencia de “las cocineras” en la “Mesa compartida”

Ante ello debí asumir la tarea de transformarme en cocinero los días martes y jueves.

Ya me imagino usted ha de decir lo mismo que he dicho yo: “¡Pobres!”

Una oportunidad ha sido la prueba necesaria para constatar la necesidad de los asistentes.

Ya no compartimos la comida sino que vienen, levantan la comida y se retiran.

Esto nos hizo perder la riqueza de las charlas y los momentos compartidos

Mis comidas se limitan a guisos.

Una de las primeras veces que cocinaba tomé el termo y el mate y salí a conversar con los que esperaban la comida.

Lo entretenido de la conversación hizo me olvidase yo era el cocinero.

Al cabo de un rato de charla recordé debía revolver la olla con el guiso en su interior.

Cuando llego y levanto la tapa de la olla un incipiente olor a quemado me invadió.

¿Qué debía hacer?

¿Intentar despegar lo quemado del fondo?

¿Continuar como si nada sucediese?

Solamente podía, en mi corta sapiencia, dar por hecha la comida, servirla e impedir continuase quemándose.

Eso fue lo que hice. Entregamos la comida sin comentar lo sucedido.

Al comer el plato de guiso, que me había servido, pude constatar que los trozos de papa que había puesto estaban completamente crudos y era no muy agradable comerlos.

Pero lo peor era comer los garbanzos. Era como llevarse un chumbo a la boca. Completamente crudos y duros.

Al mascarlos un gusto no muy agradable se experimentaba.

El guiso era un verdadero desastre.

Me dije que habría de servir para constatar quienes eran los verdaderos necesitados de comida.

Luego de la comida servida, tal vez, alguno no habría de retornar sabiendo el cocinero que tenían en esos días.

También aprendí que la conversación debería quedar para otras circunstancias y debía no dejar de asumir la totalidad de mi nueva tarea.

Debo confesar que dos días después espera con inquietud las ausencias que habrían de surgir.

Grande fue mi sorpresa cuando, días después, constato que todos volvieron a aparecer a buscar la comida que les habríamos de servir.

Pero más grande fue mi sorpresa cuando pude comprobar que nadie se quejó de la comida anterior. Todos, en su bondad, omitieron cualquier tipo de comentario.

Mientras llevaba a una persona a su casa le comenté lo que había sucedido la vez anterior y me dijo: “Yo la terminé de cocer en mi casa y no desperdicié nada”

Tal experiencia me hizo tener la certeza de que nuestros invitados eran verdaderamente necesitados de lo que les podemos brindar.

De que nuestros comensales son mucho más bondadosos de lo que, en oportunidades, pueden parecer.

Por ello, mientras perdure en mi tarea de cocinero pongo mi mejor empeño en no descuidar  lo que debo hacer.

Pongo mi mejor empeño en realizar de la mejor manera posible la tarea.

Sin descuidar mi relacionamiento con ellos, puesto que ello es la esencia de la actividad, no olvidar que tengo una nueva tarea y no la debo perder de vista puesto ellos no deben ser, nuevamente, puestos a prueba.

 

Padre Martin Ponce de León SDB