CASARSE
POR LA IGLESIA
Padre
Arnaldo Bazán
Cuando una pareja pide el matrimonio por la
Iglesia es normal que se indague su intención para hacerlo. Debe quedar bien
claro que no se trata de algo que puede hacer cualquiera, pues aunque la
Iglesia no es una institución cerrada en sí misma, tampoco puede administrar
los sacramentos sin las debidas condiciones.
Casarse es una cosa. Casarse por la Iglesia es
otra. Y no es que se contrapongan. Simplemente que lo primero puede verse como
lo normal para cualquier pareja que se ame, mientras que lo segundo lo es sólo
para las parejas que, además de amarse, son personas que viven su fe cristiana.
Esto último significa que han aceptado
conscientemente a Dios en sus vidas y tienen a Jesucristo como su Salvador, por
lo que, habiendo recibido el Bautismo y la Confirmación, están conscientes de
su pertenencia a la Iglesia y son miembros activos de ella.
Esto último, por supuesto, excluye del
matrimonio-sacramento a todos aquellos que, aun siendo buenas personas y
amándose mucho, no están tratando de llevar una vida
cristiana conforme a las enseñanzas de la Iglesia Católica.
MOTIVOS PARA CASARSE
No son pocos los que ven en la boda religiosa
algo bonito y deseable, sobre todo si se realiza en una iglesia hermosa. Esto
jamás podrá ser un buen motivo para recibir el sacramento.
Tampoco lo sería, desde luego, el haberle
prometido a padres o abuelos el casarse por la Iglesia, ya que si éstos son
católicos saben muy bien que el motivo principal para casarse es el amor, pero
para hacerlo por la Iglesia se exige, además, la fe vivida en la comunidad de
la Iglesia.
Los sacramentos se nos dan para vivir la vida de
la gracia divina. Se trata, por tanto, de algo que tiene que ver no sólo con
este mundo, sino también con la pertenencia al Reino de Dios.
Por el Bautismo recibimos esta nueva vida, como
dice claramente Jesús: "Quien no renace del agua y del Espíritu no puede
entrar en el Reino de Dios" (Juan 3,5).
Los demás sacramentos están destinados a
conservar esa vida nueva y hacerla crecer en nosotros. Pero esto no es algo
automático, sino que requiere la aceptación consciente de cada quien.
¿Cómo podrá uno hacer crecer lo que no tiene?
Una persona, incluso si ha sido bautizada y ha recibido otros sacramentos, si a
la hora de su matrimonio está totalmente apartada de Cristo, por lo que no
posee la gracia de Dios, tendría primero que pasar por un proceso de
reconversión y de reinserción en la Iglesia, si es que quiere recibir el
sacramento matrimonial.
Es indudable que son muchas las presiones
sociales que surgen alrededor del matrimonio, ya que hasta padres y familiares
que no son católicos prácticos tratan, a veces, de que la pareja contraiga un
matrimonio católico, por aquello del "qué dirán" y por aparentar que
se está en lo que realmente no se está.
Hay que rechazar con energía - lo que
lamentablemente no se hizo durante mucho tiempo -, todo intento de convertir
los sacramentos en acontecimientos sociales o tradiciones familiares o
nacionales. Aunque se hieran susceptibilidades, la Iglesia está obligada a
decir NO cuando no haya una clara constancia de que los motivos por los que se
pide el sacramento no son los correctos.
MATRIMONIOS MIXTOS
Puede darse el caso - con todo -, de que una
persona católica se haya enamorado de un ateo, de un indiferente en materia
religiosa o de alguien que practica otra religión.
Aunque estos matrimonios son en principio
desaconsejables, a menudo es imposible impedirlos, por lo que la Iglesia acepta
la posibilidad de que se produzcan.
Eso sí, en todos los casos, la parte no católica
deberá aceptar ciertas condiciones que permitan a la católica seguir
practicando su fe y tener la oportunidad de educar a los hijos como católicos.
En un caso así tiene que quedar muy claro que la
Iglesia actúa solamente en atención a la parte católica, que tiene derecho a
casarse con aquel de quien está enamorada, aunque si lo hace con una persona no
bautizada, tal matrimonio se considerará válido pero no será un sacramento.
Para ello se requiere una dispensa especial que
ha de conceder el Obispo a través del Tribunal Eclesiástico. La Iglesia nunca
acepta como válido el matrimonio de un católico que se case sólo por lo civil o
ante un ministro de otra religión, a menos que, en este último caso, se haya
recibido la citada dispensa.
Arnaldo Bazán