EL DIFÍCIL ARTE DE COMPLACER
Parte Arnaldo Bazán
En algunos lugares se usa una expresión que es
muy significativa: "No somos moneditas de oro para caer bien a todo el
mundo".
Efectivamente, es difícil quedar bien con todos,
por la sencilla razón de que, por lo general, los seres humanos exigimos
demasiado de los demás y siempre queremos que se nos complazca en la forma en
que queremos.
Esto lo podemos ver hasta en la forma en que
tratamos a Dios. La gente pide como si el Señor tuviera obligación de hacer las
cosas al pie de la letra de como se le dicta, y si no, que se atenga a las
consecuencias.
Estas consecuencias, lógicamente, serían que la
persona que no recibe conforme a sus deseos se va a apartar de Él y va a echar
al Creador al olvido, cosas que, por otro lado, a Él para nada le perjudica.
LA NORMA DE JESÚS
Según nuestro Divino Maestro, sus discípulos
debemos hacer como Él, que no vino a ser servido, sino a servir. Esto significa
que, en las relaciones con los demás, debemos preferir complacer que ser
complacidos.
Si esto lo aplicamos con regularidad crearíamos
una verdadera revolución en las relaciones sociales. Pero, como lamentablemente
sabemos, ocurre ordinariamente todo lo contrario. Casi siempre lo que buscamos
es ser servidos y ser complacidos, y dejamos poco espacio a la atención que
debíamos prestar a los otros.
Por supuesto que uno puede aplicar esto con
cierta facilidad si logra dominar el egoísmo, pero las cosas pueden ponerse
difíciles cuando los que pretendemos servir se quieren volver unos tiranos que
solo saben exigir y nada más.
Un incontable número de matrimonios se han
deshecho por este problema. Mientras uno de los cónyuges está en la mejor
disposición de complacer y dar felicidad, el otro solo se ocupa, egoístamente,
de recibir las atenciones y pedir siempre más y más, sin poner límite a sus
exigencias.
Llega el momento en que, por grande que haya
sido el amor que tenía hacia la persona que buscaba complacer, se va enfriando,
hasta desaparecer por completo. Y luego vienen las lamentaciones, cuando ya no
hay remedio.
LA DOBLE VÍA
Las relaciones interpersonales son un camino de doble vía. Cuando alguien lo quiere
transformar en un sendero para transitar solos, el camino solo conduce al
abismo.
Nadie puede tener verdaderos amigos si solo sabe
pedir. Nadie tendrá verdaderos amigos si nunca es complacido. El primero porque
los aleja con su mal proceder y el segundo porque parece no encontrar en nadie
la reciprocidad necesaria para que una verdadera amistad florezca.
Y esto lo podemos decir también del matrimonio.
Dondequiera se juntan dos personas y una de ellas carece de generosidad y de
esa visión para servir desinteresadamente, podemos asegurar que no hay un
terreno propicio para que el amor florezca adecuadamente.
La que de ellas ama llegará un momento en que
verá morir su amor a fuerza de tanto desdén y menosprecio, pues, por más que se
quiera, el verdadero amor solo se mantiene cuando recibe un trato delicado.
No niego que, por amor a Dios, sea posible
llegar a ese amor perfecto del que nos habla san Pablo, que es capaz de
"disculpar sin límites, esperar sin límites y aguantar sin límites"
(ver 1ª. Corintios13,1), pero en este caso estamos hablando de
"caridad", que es un amor sobrenatural, debido más a la fuerza de la
gracia que a nuestros propios impulsos.
Pero para llegar allí se requiere un crecimiento
espiritual muy grande, al que solo muy pocos es dable llegar. Lo ordinario es
que fallemos cuando nuestro amor no es correspondido, o las relaciones
interpersonales se basan en el egoísmo, al menos por una de las partes.
POR AMOR A DIOS
Es indiscutible que los cristianos no podemos
quedar solo con lo que todos hacen. Bien claramente nos advirtió Jesús que, en
ese caso, no podemos esperar ninguna especial recompensa. Según El tenemos que
amar hasta a nuestros enemigos.
Esto significa, ni más ni menos, que tenemos que
tratar de hacer y desear el bien a todos, sin distinción, aunque nuestros
íntimos sentimientos no sean de simpatía para algunos de ellos.
Complacer, cuando se trata de hacer el bien o de
conceder algo que resulta necesario o conveniente, será, pues, algo obligado.
Pero cuando es el otro quien nos exige someternos a sus caprichos, entonces
complacer se vuelve una humillación y un atropello. Así ni Dios está dispuesto
a complacer.
Arnaldo Bazán