Obediencia ante situaciones de
crisis
P. Fernando Pascual
6-6-2020
En momentos de crisis, como
por ejemplo tras un terremoto, una epidemia, una guerra, una temporada de
pésimas cosechas, las autoridades suelen pedir a la gente una obediencia casi
total a las decisiones que se toman para afrontar la situación.
Pedir obediencia en una
situación especialmente difícil, sobre todo cuando están en juego la salud y la
vida de millones de personas, es posible desde dos presupuestos fundamentales.
Primero: la situación merece un comportamiento colectivo unitario para “sobrevivir”
satisfactoriamente. Segundo: las autoridades son capaces de establecer normas
buenas y eficaces para afrontar la crisis.
El primer presupuesto es obvio
y, normalmente, la gente lo acepta con facilidad. Basta con un conocimiento
suficiente de la gravedad de un virus, o de la falta de alimentos, o de la
cercanía del ejército invasor, para que las personas anhelen urgentemente
indicaciones de las autoridades frente al peligro que se acerca. Solo juntos,
bien coordinados, es posible una respuesta firme y, se espera, eficaz, para
seguir adelante.
El segundo presupuesto puede
generar mayores problemas. A veces, porque la gente no percibe directrices
claras ni proyectos bien elaborados por parte de los gobernantes. A veces, y
esto es muy peligroso, porque en realidad esos gobernantes no tienen ni
conocimientos ni altura moral para encontrar caminos que sirven para proteger a
la sociedad ante las amenazas del virus, de la violencia o de la escasez de
alimentos.
Si las autoridades muestran
señales de incompetencia, si cometen errores al establecer planes de emergencia
y al buscar cómo abastecer a la sociedad, las personas sienten una fuerte
sensación de desamparo. Incluso, en ocasiones, empiezan a pensar desde la
perspectiva del “sálvese quien pueda”, que tantas disgregaciones y problemas
genera en las ciudades y los Estados.
Como resulta obvio, obedecer
una orden dañina no tiene ningún sentido. Pero desobedecerla no resulta fácil,
sea porque las autoridades pueden actuar con sistemas represivos que aumenten
los males presentes, sea porque una rebelión de individuos o de grupos tampoco
es algo inocuo y sin riesgos.
En ese tipo de casos se
produce una terrible lucha interior en las mentes de quienes perciben en toda
su viveza los pros y los contras de las dos alternativas: ¿hay que obedecer una
orden dañina para mantener la cohesión social? ¿O hay que oponerse a la misma a
costa de crear luchas internas que pueden ser tan nocivas, o incluso más, que lo
que pasará si se obedece a mandatos equivocados?
En momentos así hace falta
mucha prudencia para no promover, según el famoso dicho popular, remedios que
provoquen más daños que la enfermedad... Al mismo tiempo, hay que buscar
caminos para controlar a las autoridades públicas de forma que se eviten que
los gobernantes sean incompetentes o tomen decisiones equivocadas.
Constatar la vulnerabilidad de
los gobernantes en los momentos de crisis despierta una conciencia profunda de
las propias responsabilidades que hace posible evitar los daños que se
producirían si se adoptase una obediencia servil, incondicional, ciega, ante
mandatos equivocados.
Al mismo tiempo, esa
responsabilidad promoverá una obediencia madura, en la que las personas y los
grupos puedan sopesar seriamente si las órdenes recibidas en medio de la
situación de crisis han de ser aceptadas, o si merecen una resistencia adecuada
para evitar males mayores y parar buscar alternativas eficaces a la hora de
proteger el bien común.