La
posmodernidad después del coronavirus
Ángel
Gutiérrez Sanz
Allá por la década de los 60, cuando el mayo
parisino, apareció un inconformismo
incontrolado primero entre los estudiantes y luego entre la población en
general, fruto fue todo ello de la
desconfianza en la utopía modernista que se hacía insostenible. “La diosa razón” después de haber prometido el
oro y el moro se mostró incapaz de
cumplir sus promesas y la gente comenzó
a considerarla como una vieja embustera.
Al quedarnos sin la razón nos
quedamos también sin verdades, pero como teníamos que seguir viviendo tuvimos
que inventarnos la realidad, ya que sin ella no se puede vivir y es así como surgió la posverdad, que no es otra cosa que un simulacro, hasta que cansamos de fingir dijimos: que necesidad tenemos de andar maquillando la mentira para hacerla
pasar por verdad, legitimemos
directamente nuestros propios embustes, y demos paso a la etapa de la “posmentira”,
en que las cosas dejan de ser lo que son
para convertirse en lo que a cada cual
le gustaría que fueran, sin importar para nada el que se ajusten o no al hecho
real, porque en definitiva éste no existe y si existe yo no la puedo conocer y
aún en el caso de que se dieran los dos supuestos anteriores no podríamos trasmitirlo
a los demás. En semejante situación desesperada solo quedaba una salida y no era otra que la de acostumbrarnos a
vivir en un mundo de simulaciones bajo la consigna de la filosofía nihilista en
auge, según la cual “no hay
hechos, sólo interpretaciones”.
Sin
mayores pretensiones y exigencias hemos
pasado estos últimos años confiados y
despreocupados, teniendo como única
pretensión vivir a tope el momento presente porque todo lo demás era
como si no existiera. Decidimos quedarnos sin historia porque los tiempos
pasados ni cuentan, ni van volverán más, por muchas vueltas que le demos y lo mejor
que podemos hacer es olvidarlos como si
fuera agua pasada que ya no mueve molinos. Todo ello potenciado por la tesis
quietista de Francis Fukuyama, que proclamaba el final de la historia para acabar en una cosmovisión atemporal sin
posibilidad de cambios. Nos
desentendimos también de un futuro
inexistente porque todavía no ha llegado su momento y tal vez no llegue nunca
para nosotros y con ello nos estábamos ahorrando mil cavilaciones perturbadoras.
Fue entonces cuando dijimos: Conformémonos con el presente, disfrutemos de lo
que la técnica nos ofrece y a vivir que son dos días. De este modo, con un enorme sentido práctico,
nos hemos ido ajustando a una situación
marcada por la provisionalidad, tirando
todos estos años como hemos podido, sin nostalgias por todo lo que fuimos
dejando en las cunetas y enormemente satisfechos de poder disfrutar de un estado del bienestar
envidiable, hasta que el Covid 19 ha venido a despertarnos de este plácido sueño.
Todo hace suponer que después de la dolorosa pandemia que venimos sufriendo va a producirse un cambio que previsiblemente nos introducirá en un nuevo periodo histórico, que bien pudiéramos bautizar con el nombre de Poscoronavirus, sin que podamos precisar con exactitud cuál va a ser el rumbo que van a tomar los acontecimientos y por donde tendremos que orientarnos; lo que sí parece claro es que van a entrar en colisión las estimaciones de antes y después de la catástrofe. Ya estamos viendo los primeros síntomas de enfrentamiento entre seguridad y libertad, que como bien decía Zygmunt Bauman son dos valores extremos, ambos necesarios en el desarrollo de la vida humana, por lo que urge encontrar un equilibrio entre el ansia de libertad y la necesidad de seguridad. Cuestión ésta nada fácil de encauzar puesto que ambas aspiraciones discurren por parámetros contrapuestos, y hemos de elegir; bien nos quedamos con una mayor seguridad; pero con menos libertad o viceversa.
Esto no ha hecho más que empezar y ya se está hablando de la forma en que ha
sido gestionada la crisis actual por los distintos estados en Oriente y Occidente, tratando de sacar conclusiones
en razón de los resultados obtenidos por unos y por otros; lo que
inexorablemente va a conducirnos a una
reflexión de gran calado donde se ponga en valor los distintos regímenes
políticos en orden a su capacidad de reacción y eficacia, para acabar al final,
seguramente, en una confrontación ideológica, en la que posiblemente se decida
el futuro de la Humanidad.
Se
habla con toda razón, de una normalidad diferente porque probablemente las
cosas no van a volver a ser como venían
siendo hasta ahora. El coronavirus nos va a
obligar a repensar el significado de nuestras vidas y a replantearnos otros modos existenciales que desbordan los estrechos
límites en que nos tenían confinados el “presentismo”
y el individualismo posmodernos. Después
de haber tenido una experiencia tan directa de nuestra propia fragilidad y
vulnerabilidad ya nos va a ser difícil dormir tranquilos disfrutando y recreándonos en el momento
presente, como si esté estuviera brindado por mil cierres de seguridad. Comenzamos
a ser conscientes que de la noche a la
mañana todo puede pude dar un vuelco de 180 grados y en cuestión de horas puede
sobrevenir la catástrofe. Ahora bien si
el “presentismo”
deja de ser un referente y ya no
podemos seguir disfrutando plácidamente del momento presente, ¿qué es lo que nos queda ya? Seguramente no nos quede otra opción que
abrirnos a las esperanzas divinas o humanas y de ellas sacar fuerzas para seguir viviendo.
Otra de las cosas que Covid
19 ha puesto ante nuestros ojos es que no estamos solos en el mundo y que ese
individualismo que veníamos practicando no deja de ser una egolátrica actitud
nada recomendable. La interdependencia es un hecho que ha quedado
suficientemente constado por lo que ya
no nos vale eso de vivir solo para sí, sin contar con los demás porque
todos formamos parte de un mismo proyecto humano y lo que a cada cual le pasa
repercute en los demás. A partir de aquí
la humanización de nuestro mundo ha de comenzar a ser una aspiración
universal y el estrechamiento de las relaciones humanas debiera ser visto como una
necesidad;
Las
consecuencias de la “deconstrucción” y “el vaciamiento personal y social” están saliendo a la luz dejando en evidencia las carencias y debilidades de
una cultura inconsistente, siendo muchos
los frentes abiertos sobre los que las
próximas generaciones van a tener que pronunciarse y quién sabe si no se verán obligados a
cuestionarse el universal escepticismo relativista consagrado por el
posmodernismo, que sus promotores desde Foucault , hasta Lipovetsky
pasando por Lyotar y Vattimo
daban por seguro. Previsiblemente en la
etapa posterior al coronavirus nos esté esperando la tarea común de comenzar a
construir una nueva cosmovisión basada
en otros supuestos más fidedignos y
creíbles.
En realidad la posmodernidad llevaba ya algún
tiempo dando muestras de que su ciclo histórico se había agotado, siendo cada
vez menor su verosimilitud, filósofos
había que ya no la tomaban en serio y se
negaban a considerarla ni tan siquiera como una cultura
lúdica, porque para ellos no era más que
una estupidez o como mucho una carnavalada. Faltaba un acontecimiento
trascendental para asestarle el golpe de gracia y puede que este momento haya
llegado con la pandemia del coronavirus que nos coloca a las puertas de una
nueva civilización. La Organización de Las
Naciones Unidas parece estar en este mismo pensamiento. Hay indicaciones que apuntan al surgimiento de un nuevo orden
mundial auspiciado por nuevas formas de
hacer política, nuevos valores, nuevas
aspiraciones y modelos de pensamiento. Lo que se dice una “Nueva Cultura”.