¿ESTARÁ TODO ESCRITO?
Padre Arnaldo Bazan
Hay gente convencida de que todas las cosas
ocurren porque han sido determinadas de antemano, o por Dios o por fuerzas
misteriosas que nos dominan y nos obligan a actuar en un sentido o en el otro.
Esto se deja ver en las declaraciones de algunos
que, luego de cometer crímenes o graves delitos, afirman que lo hicieron bajo
la influencia de un poder que les empujaba a realizarlos.
La doctrina católica a este respecto es bien
clara: Nada está escrito, aunque Dios sepa de antemano lo que cada uno de
nosotros va a decidir en cada momento. Como lo diría poéticamente Antonio
Machado: "Caminante, no hay camino, se hace camino al andar".
Algunos parasicólogos afirman que el
subconsciente de cada persona conoce ya todo lo que hará durante su vida. Es
difícil creerlo y ciertamente nadie ha logrado probarlo, pero aunque así fuera,
tal cosa no significaría que estamos obligados a obrar en un sentido fijado de
antemano, sino que, en definitiva, lo haremos de una sola manera.
POSICIÓN
CÓMODA
Afirmar que estamos sometidos irremisiblemente a
la fuerza del destino es adoptar una posición muy cómoda, pues supondría la
supresión de toda responsabilidad, dejando solo a Dios la última decisión de
nuestros actos.
Esto, lógicamente, es inaceptable, por cuanto en
la Escritura se afirma, de muchas maneras, que Dios ha de juzgar a cada uno
según sus obras, y si lo que hacemos es parte de un plan que tenemos que
realizar, querámoslo o no, nadie podría ser juzgado ni menos condenado por algo
que hizo sin culpa alguna.
Cristo nos dijo que el Reino de los Cielos se
parece a uno que se fue de viaje, y antes de partir llamó a algunos de sus
allegados para confiarles distintas cantidades de dinero. Cuando regresó, a
cada uno le pidió cuentas de lo que había hecho de acuerdo a la cantidad
recibida. Solo condenó al que nada hizo con lo que se le había encomendado (ver
Mateo 14,30. También Lucas 19,11-28).
El sentido de esta parábola es bien claro. Dios
nos da una serie de dones y de cualidades con las que tenemos que trabajar
durante nuestra vida. Llegará el momento en que tendremos que responder de lo
que hemos hecho.
Leemos en el Apocalipsis: Y vi a los muertos,
grandes y pequeños, de pie delante del trono; fueron abiertos unos libros, y
luego se abrió otro libro, que es el de la vida; y los muertos fueron juzgados
según lo escrito en los libros, conforme a sus obras. Y el mar devolvió los
muertos que guardaba, la Muerte y el Hades devolvieron los muertos que
guardaban, y cada uno fue juzgado según sus obras (20,12-13).
YO Y MIS
CIRCUNSTANCIAS
El filósofo español José Ortega y Gasset lanzó
una frase que se hizo famosa: "Yo soy yo y mis circunstancias". Con
esto quería decir que los seres humanos no podemos obviar la realidad que nos
rodea y que influye poderosamente en nuestra vida.
Sabemos que, por razón del pecado original -
como explicarían los teólogos -, no tenemos una inteligencia superdotada ni una
voluntad muy fuerte. Esto explica que muchas personas se desvíen por caminos
tortuosos debido a la influencia malsana que han recibido, sobre todo, en los
primeros años de su vida.
Los expertos afirman, por ejemplo, que la
inmensa mayoría de los homosexuales lo son por el influjo negativo que
recibieron mientras se desarrollaba su afectividad. Y así podríamos decir de
muchos otros trastornos de la conducta. No somos, pues, totalmente libres ni,
por tanto, totalmente responsables de todo lo que hacemos.
En la parábola antes mencionada se nos dice que
Dios exigirá a cada uno de acuerdo a lo que haya recibido. No se trata, pues,
de pedir a todos lo mismo, pues no todos nos encontramos en las mismas
circunstancias.
LA
INFLUENCIA DEL MEDIO
Me he puesto a pensar, por ejemplo, en lo que
hubiera sido mi vida si, en lugar de nacer donde lo hice, mi venida al mundo
hubiera ocurrido en Japón, en la India o en China. Todo sería absolutamente
distinto.
Pienso también en lo diferente que habría sido
si mis padres fuesen aficionados a las drogas, o me hubieran abandonado, o
cosas así. Mi vida se habría enrumbado por otros derroteros y yo, siendo el mismo
individuo, no sería, sin embargo, lo que soy.
El medio influye poderosamente. Recordemos, si
no, lo que ocurre con las drogas. Cuando yo era niño y luego un muchacho, no
hubo nadie que se me acercara ofreciéndome marihuana o cocaína.
Mi generación, por citar una, no sufrió de las
presiones que hoy sienten muchos jóvenes. Ellos tienen que estar preparados
para decir que no a algo que nosotros, sencillamente, desconocíamos. Nos
resultó, pues, mucho más fácil que a ellos. Deberíamos tenerlo en cuenta.
Esto no significa que la responsabilidad se
pierda. Mientras haya un residuo de libertad queda la obligación de responder,
al menos en parte, de lo que hacemos. Pero no es nada fácil juzgar por las
apariencias, por lo que el juicio último tenemos que dejárselo, necesariamente,
a Dios.
Solo Él puede dar a cada uno verdaderamente lo
que merece. Nosotros nos equivocaríamos fácilmente, pues no tendríamos la
capacidad de pesar las circunstancias atenuantes que pueden aligerar la
responsabilidad.
Con todo, Dios nos respeta con nuestras propias
circunstancias. El no ha escrito nuestra vida de
antemano. El nos deja que la escribamos, aunque luego
tenga que ayudarnos a limpiar los muchos borrones.
ARNALDO BAZÁN