TIEMPO
PASADO
Me
hacía el relato de una experiencia y mi mente volaba a muchos años atrás.
Muy
bien no recuerdo cómo había surgido la idea.
Lo
cierto era que todos los domingos por la tarde aquel imborrable grupo se
reunía.
Su
necesidad de hacer algo les había motivado a salir al barrio a reparar algunas
viviendas del mismo.
Con
más ganas que posibilidades íbamos al encuentro de la vivienda elegida.
Lo
más importante era el encuentro con la persona que allí vivía.
Nos
contaba su realidad y nos planteaba algún desafío de su realidad habitacional.
Ya
algo habíamos llevado para enfrentar lo que se nos presentaba.
Recuerdo
que con antelación iba a cada lugar a plantear nuestro deseo y a solicitar
autorización para poder hacer algo. Esto nos permitía llegar ya preparados para
lo que habríamos de encontrar.
Luego
de unas horas de tarea volvíamos y en la eucaristía, con la que cerrábamos la
actividad, compartíamos las impresiones vividas.
En
oportunidades los comentarios se centraban en detalles que, tal vez, yo no
había tenido en cuenta y ellos sí.
Era
el encuentro con una realidad existente y que, la mayoría de ellos, ni suponían
se daba a unas cuadras de donde ellos vivían.
Muchas
veces se podían escuchar comentarios de asombro, estupor y desconcierto.
Ante
sus ojos encontraban una realidad que no hacía otra cosa que impactar en ellos.
Jamás
suponían se podían dar ese tipo de realidades que podían pasar ignoradas por
ellos.
De
manera especial, recuerdo, fue el llegar hasta aquella casucha donde vivía
aquella mujer solitaria y especial.
Su
casucha era una suerte de amasijo de chapas, tierra y humedad.
Para
poder ingresar a la vivienda había que agacharse mucho y tatar de esquivar
alguna chapa que allí se encontraba.
Dentro
de la casa todo era oscuridad y humedad. Un gigantesco hormiguero sobrepasaba
uno de los respaldos de la cama. El único sol que entraba era por entre los
lugares donde faltaba alguna chapa.
Las
chapas eran de aquellas viejas latas que, aplanadas, ocupaban techo y paredes.
Algunas ya se habían destruido o volado y dejaban espacios que hacían las veces
de ventilación o ventanas.
La
cama tenía un viejo colchón saturado de humedad y unas frazadas tiesas de
suciedad y tiempo de uso.
En
esa casa no había ni luz ni agua y, mucho menos, un baño para ser utilizado.
La
única fuente de agua era un pocito rodeado de piedras, entre unas cañas, de
donde sacaba el líquido para lavarse y tomar. Es claro que para poder sacar un
algo de agua limpia había que quitar hojas secas que allí se encontraban y
algunos insectos que habían muerto ahogados.
Ella
era feliz en su casucha y sus historias llenas de fantasías y locuras. Uno de
sus relatos recurrentes era el de sus conversaciones con Artigas que, según
ella, vivía en uno de los árboles que rodeaban su vivienda.
Luego
de concluida toda una pieza nueva, con puerta y ventana nos retiramos
satisfechos de la tarea que nos implicó muchos domingos por la tarde. Ella
nunca utilizó lo que habíamos construido porque era para “los muchachos” cuando
quisieran salir de vacaciones.
Aquel
encuentro significó un estar cara a cara con la más absoluta miseria y lo más
triste en lo que un ser humano podía encontrarse.
Era
tocar la más absoluta pobreza con las manos. Poco tiempo después de haberle
concluido una pieza nueva falleció sin haberla utilizado nunca.
Escuchaba
su relato y desde lo más hondo de mi corazón agradecía a Dios el que continuase
habiendo seres que son capaces de ayudar a otros a ver una realidad que jamás
suponen puede existir.
Padre
Martin Ponce de Leon SDB