Juicios equivocados sobre
interioridades desconocidas
P. Fernando Pascual
4-7-2020
Existen dos grupos de juicios
y afirmaciones que se basan en una supuesta y sorprendente capacidad de
penetrar en la mente ajena que algunos se atribuyen.
El primer grupo lo componen
aquellos juicios y afirmaciones sobre lo que piensan los demás, sin haberles
ofrecido un momento de diálogo para expresarse sobre sus puntos de vista.
Así, por ejemplo, algunos
afirman que quienes no usan un lenguaje inclusivo promueven la discriminación
contra la mujer, cuando muchos de los que no usan tal lenguaje piensan que
hombre y mujer tienen la misma dignidad y no deben ser nunca discriminados
injustamente.
Otro ejemplo: hay quienes
afirman que los votantes de un partido político están de acuerdo con
determinadas ideas, cuando en realidad muchos de esos votantes escogen ese
partido porque no ven mejor alternativa.
El segundo grupo se refiere a
juicios y afirmaciones sobre las intenciones que tendrían los demás cuando los
vemos realizar cualquier tipo de acciones.
Hay acciones que, desde luego,
suelen ser una prueba suficiente para conocer mucho sobre la intención de la
otra persona: si alguien rehúye continuamente el encuentro de un compañero en
el trabajo se puede intuir que al menos tiene algún problema con esa persona.
Pero incluso es casos así,
puede haber juicios equivocados. Según el ejemplo anterior, tal vez esa persona
rehúye al otro porque tiene miedo a sus agresiones verbales, o por algún trauma
en la infancia, o porque no quiere ser sometida a la voluntad de quien tiene un
carácter prepotente.
A pesar de lo fácil que
resulta reconocer los peligros y errores de quienes buscan penetrar en la mente
ajena, continuamente leemos o escuchamos juicios sobre lo que piensan los demás,
juicios que son formulados con una seguridad sorprendente.
Un poco de prudencia y un
mucho de amor a la verdad y a la justicia nos ayudaría a evitar ese tipo de
juicios. Los censuraríamos internamente cuando veamos cómo otros muestran ese
extraño deseo de invadir intimidades ajenas. Al mismo tiempo, buscaríamos no
pronunciar afirmaciones infundadas y, muchas veces, gravemente contrarias a la
buena fama de personas concretas.
En un mundo donde corren como
pólvora rumores, mentiras, calumnias, afirmaciones desenfocadas e insultos
fáciles, vale la pena un esfuerzo sincero por promover un sano respeto a lo que
haya en la mente y en el corazón de los demás, cercanos o lejanos, conocidos o
desconocidos.
No curaremos esa enfermedad
contagiosa de quienes promueven alegremente el terrorismo de las palabras
(según una expresión usada por el Papa Francisco) con el que matan la buena
fama de otros. Pero al menos podremos ser un pequeño freno ante tantas mentiras
dañinas, y un apoyo para quienes necesitan ser protegidos por corazones
honestos y justos.