TRAGEDIA
Durante
mucho tiempo me llamo la atención aquellas personas que vivían al costado de un
monte de eucaliptus.
Averigüé
algunas cosas y me dijeron vivían así y allí desde hacía un buen tiempo.
Poco
tiempo después les encuentro viviendo en otro lugar.
Pobreza,
dejadez y un poco más de pobreza.
En
oportunidades se podían ver a todos los ocupantes del lugar sentados junto a un
fuego en el frente de la casa.
Intenté
conversar con ellos pero nunca he tenido mucha suerte.
Algún
saludo y respuestas en monosílabas. Nunca mucho más que eso.
En
una oportunidad recibí mayor información sobre la realidad de ellos y tal cosa
me hizo crecer en el deseo de acercarme un poco más a ellos pero no lo he
logrado.
Todo
dice de una realidad donde la pobreza es más humana que material.
La
pobreza material es demasiado evidente como para no tenerla presente a simple
vista.
La
pobreza humana se esconde detrás de esos rostros huraños que miran con
desconfianza.
Esa
pobreza humana se deja ver en el alcohol que suele estar presente en algunos
(mayoría) de los integrantes de aquella familia.
La
pobreza se deja ver en las diversas situaciones violentas que ellos han sabido
vivir.
Cada
vez que me he acercado con el intento de intercambiar unas palabras la dueña de
casa se levanta de junto al fuego y se esconde dentro de su casa.
Hoy
sé que, tal vez, la señora viva bajo la sombra del miedo y por ello su huir de
la presencia de un extraño.
La
de ellos es una realidad a la que me resisto a resignarme.
Sus
monosílabos no pueden impedirme mantenerme a distancia.
Sobradamente
sé que no puedo imponer mi presencia pero, tampoco, puedo resignarme a
mantenerme distante.
Es
una situación que me interpela y me conmueve.
Es
una realidad revulsiva que se ha instalado en mi interior motivándome a hacer
algo.
Ni
idea poseo de lo que puedo hacer pero sé que no puedo limitarme a pasar delante
de su casa y saludar esbozando una sonrisa.
Ni
idea poseo de cuál puede ser la llave que me permita acercarme a ellos.
No
pretendo revertir la situación en la que viven.
No
pretendo conocer de primera mano la tragedia en la que están inmersos.
Solamente
pretendo hacerles saber no están solos y me importan como personas.
Solamente
pretendo hacerles saber que la situación en que viven no es motivo para sentir les dejo en la vera del camino.
No
siento que la realidad que se ve me está pidiendo haga algo. Lo de ellos es
mucho más que un pedido. Es un grito y no puedo dejar de escucharle.
Pero
cada intento de acercarme a ellos me deja la amarga sensación de no haber
logrado algo.
Podría
refugiarme en la convicción de que no se dejan ayudar pero algo me dice debo
volver a intentarlo.
Su
lejanía no es producto de un no necesitar sino de… ¡vaya a saber cuáles son sus
motivos! Y debo volver a intentarlo.
Cuando
la realidad humana está envuelta en tragedia, supongo yo, ha de ser muy difícil
permitir que un extraño se acerque.
Le
sacaron una pensión y le recomendaron cuidara esa plata, que no la malgastara
y, entonces, decidió no gastarla. Cuando la internaron con desnutrición llamó
la atención aquella importante cantidad de dinero que guardaba entre sus ropas.
No comía pero no había gastado la plata. Había cumplido con lo que le habían
dicho.
Realidad
colmada de tragedia ante la que no se puede ser indiferente.
Padre Martin Ponce de León SDB