VANIDAD ¿PECADO O GRACIA?
Padre
Pedrojosé Ynaraja
Díaz
Dediqué algunas líneas a denunciar el super
gasto que suponen las bodas, ropa y banquete, pero lo contrario no es siempre
correcto.
Recuerdo la boda de una pareja que se creía muy hippy. Lucían ambos
pantalones vaqueros usados, anorak idem y calzaban
vulgares chirucas. El banquete consistió en ofrecer a los asistentes pan con
tomate, butifarra y vino a granel en porrón. Se creían ellos con este proceder
que eran revolucionarios diplomados. Repetía ella el primer curso de carrera
por enésima vez, pero se sentía moderna universitaria. Él conducía orgulloso un
viejo deportivo.
Se cantó en le ceremonia lo mismo que se cantaba en cualquier fuego de
campamento. Nada parecía singular e importante. A aquella ceremonia le
faltaba elegancia, gracia con minúscula, además de Gracia santificante, por
supuesto. Los asistentes se rieron por lo bajo y se fueron pronto, como pronto
también se separó la convivencia de la tal pareja.
Cuando presidía yo celebraciones matrimoniales, advertía de antemano
que quería fotógrafos y les indicaba los mejores ángulos para situarse y captar
los mejores momentos. Prohibirlos suponía ignorar posteriormente la dimensión
trascendente del día de la boda ya que del convite en el restaurante se sacaban
muchas que posteriormente serían los testimonios de banquete, pastel y baile.
Divertido sí, pero intrascendente. En el subconsciente y en el consciente,
conservaban recuerdos del refrigerio, olvidando totalmente el momento único en
el que uno al otro se habían otorgado la Gracia sacramental. Si hubo Fe.
A más de uno o una, al borde del divorcio, le ha fastidiado mucho
saber que en un armario se conservaba un álbum de fotos y una cinta donde se
escuchaba su compromiso de amor y fidelidad, en la salud y en la enfermedad…
La vanidad es hermanita del orgullo. Discreta elegancia es belleza. La
belleza salvará al mundo, decía Dostoievski. El 21-VIII-2002 lo recordaba el
cardenal Ratzinger, añadiendo que el cristiano debe oponerse al culto de lo
feo.