Cuando llega una desilusión
P. Fernando Pascual
18-7-2020
Pensábamos que el nuevo jefe
de trabajo iba a ser más dialogante y con iniciativa. Llega una persona que no
desea escuchar ni reacciona ante los problemas.
Pensábamos que con el cambio
de viento iba a terminar el calor. Y el calor aumentó y aumentó durante varios
días.
Pensábamos que la economía iba
a mejorar en los siguientes meses gracias al apoyo de todos. Pasan los días, y
la situación se hace cada vez más insostenible.
Pensábamos que podíamos
contarle a ese amigo la situación grave que estábamos atravesando (de nosotros
mismos o de nuestra familia). Y el amigo lanzó por todas partes chismes sin
ningún sentido de discreción.
Es larga la lista de
desilusiones y desengaños que se acumulan a lo largo de la vida. En ocasiones,
llegan como una tormenta, todos juntos, hasta provocar una extraña sensación de
asfixia.
Gracias a Dios, hay otros
momentos de alivio: una amenaza no llega a concretarse; un presunto enemigo nos
apoya en un momento difícil; un familiar nos llama para pedir perdón y
restablecer las relaciones.
Cuando llega una desilusión,
podemos dejar que nos hiera, nos desgaste, nos hunda. O podemos reaccionar
desde un realismo sencillo y valiente: no controlamos la vida, nunca tendremos seguridades
en un mundo de personas libres.
Ese realismo será una buena
ayuda para afrontar las situaciones como son, para ver lo mucho bueno que
podemos realizar a pesar de los obstáculos, para abrir los ojos hacia quienes
están igual o peor que nosotros.
Sobre todo, ese realismo nos
orientará a desconfiar de un mundo pasajero, incapaz de garantías estables, y a
seguir trabajando con la esperanza puesta en el mundo futuro: un mundo donde no
hay lágrimas ni desengaños, donde Dios lo será todo para todos... (cf. 1Cor
15,28).