CREACIÓN Y EVOLUCIÓN

Padre Arnaldo Bazán

De vez en cuando surgen de nuevo las viejas luchas entre los que quieren demostrar que la fe y la razón están divorciadas.

Esto sobre todo con el tema del creacionismo y la evolución, como si ambas cosas no pudieran estar unidas.

Los ateos, desde luego, niegan que haya habido creación, ya que hacen desaparecer a Dios como por arte de magia, lo que les obliga a creer en algo todavía más increíble: que todo existe por pura casualidad, es decir, sin ninguna causa.

Por el otro lado, hay los fanáticos religiosos, que toman los textos sagrados como si fueran la guía científica para entender todo lo que ocurre.

Aunque los musulmanes, por voluntad de su fundador, Mahoma, creen que el Corán fue "dictado" directamente a su profeta, y que cada letra es, por tanto, algo que no puede ser cambiado, también una parte de los cristianos afirma lo mismo de la Biblia.

Nada más lejos de la verdad. Los que no somos musulmanes no aceptamos en modo alguno la pretensión de Mahoma de ser superior a Cristo. Para "probarlo" se inventó que el ángel Gabriel, el mismo que anunció a María que iba a ser la madre de Jesús, el Hijo de Dios, le dictara a él todas las palabras del Corán, hábil invento para someter también los cristianos al Islam.

La mayoría de los cristianos, por nuestra parte, no tomamos la Biblia como si fuera un libro científico, sino la revelación de Dios a la humanidad para que sepamos Quién es El y cómo debemos actuar en el mundo como criaturas suyas, a las que ha querido elevar a la condición de hijos, por medio de su Hijo Jesús.

Los que escribieron los diversos libros de la Biblia no eran, necesariamente, hombres eruditos, sino personas piadosas que fueron escogidas para transmitir a los demás, aunque primero al pueblo de Israel, el mensaje divino.

En modo alguno tuvieron la pretensión de afirmar que habían recibido un dictado, sino que fueron inspirados por Dios para llevar su Palabra a los que quisieran escuchar.

Sin la revelación de Dios no podemos conocerlo, ni saber cuál es su voluntad con respecto a nosotros, los seres humanos.

De ahí que su mensaje es sobre la realidad de Dios, la realidad de los seres humanos, y su relación de éstos con su Creador.

No nos revela la Biblia la realidad que pueda existir fuera de nuestro mundo, es decir, la tierra, aunque afirme que todo, absolutamente todo, es obra de un Único Dios, que por medio de Jesús hemos conocido ser una Trinidad de Personas divinas en un solo Dios, tal y como confesamos los cristianos.

La Biblia es, sobre todo, la guía para no andar perdidos en el mundo, y saber que Dios nos ha creado por amor, y quiere siempre nuestro bien. Que nos ha puesto en la tierra para aprender a amarnos y relacionarnos con El y los unos con los otros.

Su designio de salvación no se queda en la presente vida terrestre, sino que, por medio de su Hijo, nos ha hecho saber que nos quiere llevar a vivir en una plenitud de existencia allí donde El mora.

Pero desde el principio, como nos enseña el libro del Génesis en sus primeros capítulos, ha dado a los seres humanos una misión que cumplir en la tierra: Poblarla y someterla. Esta última palabra la podemos traducir por desarrollarla.

Para esta misión nos ha equipado con inteligencia y voluntad, de la que carecen los animales, que todos están al servicio del ser humano.

Es decir, que los descubrimientos científicos son el resultado de la puesta en práctica de la misión que el propio Dios nos ha dado. Y esto indica que nunca podrán estar en conflicto con lo que El nos ha revelado.

Es el hombre, usando de sus facultades, el que ha comprendido que hay cosas que tiene que descubrir por sí mismo, cumpliendo la voluntad de Dios.

Llegar a saber lo que hoy sabemos ha costado a los humanos miles de años. Y nada de lo que hemos aprendido está en contradicción con la obra de Dios, sino todo lo contrario.

Decir que Dios lo hizo todo tal y como hoy existe, es pretender encerrar al Creador en nuestras propias maneras de pensar.

Descubrir que la evolución existe no significa que tengamos que negar la creación, como tampoco el creer en un Dios creador nos tiene que hacer negar una evolución que fue dictaminada por El mismo, como forma del desarrollo armonioso y constante de su obra.

Ateos y creyentes se equivocan cuando, por negar o por querer defender a Dios, cerramos los ojos a la realidad.

Los primeros, fascinados por la evolución, no lograr descubrir que la misma fue diseñada por esa Inteligencia Eterna que llamamos Dios. Los segundos, temerosos de perder la fe si se aceptan los descubrimientos de la ciencia, se atan a las letras de la Biblia como ciegos que huyen de la luz.

Pero tanto la creación como la evolución son dos fases de la obra divina. Dios no ha terminado su obra. El sigue trabajando, como el propio Jesús así reconoce: "Mi Padre trabaja hasta ahora, y yo también trabajo" (Juan 5,17).

Arnaldo Bazán