UNA FIESTA ENCANTADORA

Padre Pedrojosé  Ynaraja  Díaz

 

Comentando respecto a las fiestas que el lujo había degradado convirtiéndolas en satisfacción de la vanidad a costes no aptos para cualquier hijo de vecino, me preguntaba yo ¿no existirán algunas que no estén viciadas y que estén al alcance de cualquiera? Me di cuenta entonces de que los “fuegos de campamento” en los que en tantas ocasiones había participado antiguamente, gozaban de este privilegio.

Advierto ahora que no a todos los que así llamaban, me estoy refiriendo. A cualquier cosa, por chabacana o deslucida que fuera, se atrevían algunos a llamarla “fuego de campamento” Nueva advertencia: elemento fundamental era el fuego, de leña escogida, encendida, mantenida y protegida por el más experto del grupo.

Acontecía siempre al final del día, entrada la noche. Gozaba de lo que hoy se llamaría un protocolo.

Los que habían preparado la pira,  entonaban una canción propia: la llamada al fuego. Saliendo de las tiendas y corriendo se iban incorporando todos. Alguien, solemnemente, encendía la fogata, alegremente se cantaba la alabanza a tal prodigio. El fuego siempre sorprende y es encantador. Todavía tal himno lo cantamos al inicio de la Vela Pascual.

Canciones, chistes, adivinanzas… ¡no sé cuantas iniciativas formaban el cuerpo de tal evento, moderado por el “juglar”. Tal personaje iba modelando las intervenciones, dotándolas, poco a poco de seriedad y paralelamente la alegre llama se iba extinguiendo. Llegaba el momento en que solo quedaban ceniza y brasas. Con estas últimas se formaba una cruz, única fuente de luz que quedaba. Era el momento de la oración, momento solemne y serio. Conmovedor también. Rezada y cantada, con letra y melodía propias.

La última frase decía textualmente: Señor, bendícenos desde el Cielo, se arrodillaban todos y el consiliario daba la bendición.

En teoría debían marchar todos a sus tiendas en silencio. En la práctica era como el “silentium maiorem” del seminario. El responsable apagaba lo que pudiera quedar encendido, mojando esmeradamente los tizones y tapando ligeramente la ceniza con las piedras que habían delimitado el contorno.

Doy fe de que lo escrito corresponde a lo experimentado muchas veces. Advierto que hoy en día es impracticable, severas leyes prohíben hacer fuego en tales lugares (continuaré).