¿Está
alguno enfermo? (Unción de los enfermos)
Padre
Arnaldo Bazán
El primero que nos habla
de la existencia de un sacramento especial para los enfermos es el apóstol
Santiago. En la carta que de él conservamos nos dice: "¿Hay alguno
enfermo? Llame a los responsables de la comunidad, que recen por él y le unjan
con aceite invocando al Señor. La oración hecha con fe dará la salud al enfermo
y el Señor hará que se levante; si además tiene pecados, se le perdonaran"
(5,14-15).
Como vemos, en ningún
momento el apóstol habla de una enfermedad de muerte ni de la cercanía o
probabilidad de la misma, sino de que haya alguno que se encuentre enfermo. No
se trata, desde luego, de una enfermedad pasajera, de esas que nos hacen
guardar cama por algunos días, pero que sabemos que no pasan de ser un malestar
sin mayores consecuencias.
Hay que pensar, más
bien, en toda enfermedad con mayor o menor gravedad, sin que exista,
necesariamente, un peligro inminente de morir, ni mucho menos que haya que
esperar, para llamar al sacerdote, como responsable de la comunidad, a que
estén cercanos los estertores de la muerte.
UN
SACRAMENTO DE SALUD
Como todo sacramento,
este que llamamos "Unción de los Enfermos" es también un vehículo de
la gracia divina, para sanar a la persona que lo recibe, en primer lugar, de
forma espiritual.
Con todo, uno de los
efectos principales que se busca con la Unción es la sanación física del
enfermo, pues eso es lo que nos dice claramente el apóstol.
No podemos, pues,
entender, de ninguna manera, que la recepción del sacramento haya que postergarla
para última hora.
Algunos quieren explicar
el malentendido que se fue creando, por el nombre que antes se daba a este
sacramento: "Extremaunción". La gente llego al convencimiento de que
se trataba de algo para ser recibido "in extremis", es decir, cuando
se estaba ya para entregar el espíritu.
Para evitar confusiones
se le cambió el nombre, aunque nunca la Iglesia había entendido que fuera un
sacramento para los moribundos, sino que el nombre indicaba solamente que se
trataba, por regla general, de la "extrema" o última unción que
recibía el cristiano, después de haber sido ungido en el Bautismo y la
Confirmación.
CÍRCULO
VICIOSO
Sacar a la gente de un
error, cuando está muy arraigado, es bastante difícil. Por eso tendrán que
pasar algunos años para convencer, incluso a católicos de comunión frecuente,
de que la Unción de los Enfermos debe ser pedida inmediatamente se declara alguna
enfermedad seria.
No dejan algunos de
pensar que, después de recibido el sacramento, ya están preparados para morir
en paz con Dios, y que, por lo tanto, se van a morir de todas maneras.
Esto es, a todas luces,
un tremendo error, por cuanto las oraciones que se hacen durante la celebración
del sacramento en modo alguno inducen a pensar que se trata de una preparación
para la muerte, sino todo lo contrario.
Pero la consecuencia ha
sido que la gran mayoría recibe el sacramento en los últimos momentos, muchos
ya en estado de coma, por lo que se confirma que quien es ungido se muere casi
irremisiblemente. Esto provoca también que muchos nunca reciban el sacramento.
Se hace, pues, muy
necesario, que los buenos católicos rompan esa cadena de ignorancia, que impide
a muchos sacar todos los frutos de un sacramento tan eficaz.
LLAMAR
A TIEMPO
Parte de la culpa de
todo esto la tienen los familiares de los enfermos. Su gran pretexto: que el
enfermo se va a asustar y podría morirse.
Aun aceptando esta
posibilidad, que no es ni con mucho siquiera remota, ¿no habría que pensar que
es preferible un susto en la tierra que la eterna condenación por no haber
arreglado a tiempo las cuentas con Dios?
Por otro lado, al no
acostumbrarnos a que el Sacramento de la Unción se reciba como cosa normal,
enseguida que uno se siente enfermo, se está impidiendo que los efectos
saludables del mismo se produzcan, lo que negaría a muchos la posibilidad de
recuperar la salud e incorporarse a sus habituales quehaceres.
Un verdadero católico,
por supuesto, no tiene que esperar a que otro se ocupe de este asunto, sino que
él mismo debe llamar o hacer llamar al sacerdote enseguida que se sienta
enfermo.
Pero los familiares
pueden también ayudar en esto, recordándole al enfermo la conveniencia de
recibir un sacramento que puede incluso curarle físicamente, pues nunca la
gracia de Dios ha matado a nadie, sino que, por el contrario, es fuente de vida
eterna para todos los que la reciben.
Arnaldo Bazán