LOS CATÓLICOS "TRADICIONALISTAS"
Padre Arnaldo Bazan
Al hablar de católicos
"tradicionalistas" me estoy refiriendo a una minoría de católicos que
quieren ser "más papistas que el Papa", pero que, por desgracia,
hacen a veces mucha bulla y no menos daño.
Para estas personas casi todos los males de la
Iglesia y del mundo tiene una sola causa: el Concilio Vaticano II.
Según ellos, tan parece como si la Iglesia
pre-conciliar fuera algo maravilloso donde no había necesidad de cambiar ni de
reformar nada, porque todo se hacía conforme a los más puros principios del
Evangelio.
Esto significa que cualquier reforma tenía que
ser mala, pues cuando algo bueno se cambia tiene que ser por algo peor.
Sin embargo, una de las cosas que hizo el
Concilio fue reconocer, en forma humilde, que no todo estaba bien en la Iglesia,
pues siendo una institución también humana, era susceptible de fallos y
desviaciones.
Mucho antes de que el Concilio fuese convocado,
esto ya era aceptado a muchos niveles de la Iglesia. Existían distintos
movimientos que trataban de impulsar los necesarios cambios que permitieran a
la Iglesia, precisamente, cumplir con mayor fidelidad, la misión que el Divino
Maestro le había encomendado.
Curiosamente, uno de los puntos en que los
católicos "tradicionalistas" más se fijan es en lo concernitente a la Liturgia. Según ellos todo debió quedar
como estaba antes.
El problema es saber a que
"antes" ellos se refieren, pues es innegable que muchas de las cosas
que existían a mediados del siglo pasado, nada tenían que ver con la práctica
más antigua de la Iglesia.
Trataré de referirme a algunos de los puntos que
los católicos "tradicionalistas" consideran "dogmas de fe",
para demostrar lo absurdo de su postura. Veremos, pues: 1).La Misa de cara al
pueblo. 2).El uso de las lenguas vernáculas. (3).La oomunión
de pie y en la mano. 4).El Sagrario fuera del centro del altar. 5).Los
ministros laicos de la Eucaristía.
1). LA
MISA DE CARA AL PUEBLO
A nadie se le hubiera ocurrido, en los primeros
tiempos de la Iglesia, celebrar la Eucaristía dándole la espalda a los presentes,
pues se trata de una Reunión en la que todos participan y se supone que no haya
nadie que sea en ella un espectador pasivo. En realidad, al principio nunca se
planteó el asunto. Sencillamente la Eucaristía se celebraba y punto.
Ocurrió, sin embargo, que a partir del siglo IV
se incrementaron las vocaciones monásticas y se multiplicaron los monasterios
de hombres. Los monjes, en su gran mayoría, no eran sacerdotes, por lo que se
reunían todos para la celebración común de la Eucaristía. En los monasterios
solo uno o dos monjes habían recibido la ordenación sacerdotal.
Sin embargo, posteriormente se hizo común que
los monjes varones fueran ordenados sacerdotes, de manera que en un solo
monasterio podía haber decenas de sacerdotes. Al haberse perdido la costumbre
primitiva de la concelebración, estos sacerdotes sin comunidad se dieron a
celebrar la Misa solos, lo que no requería, desde luego, ningún tipo de
posición especial.
Este fue el origen de que se colocaran altares
frente a las paredes, para así permitir que varios sacerdotes pudieran celebrar
la Misa al mismo tiempo. Poco a poco las parroquias fueron copiando la
costumbre de los monasterios de tener lo que se llamaron "altares
laterales" y de celebrar de espaldas aún con la asistencia de la comunidad.
Lo que era una excepción comprensible pasó a ser una regla general.
Hoy, en los monasterios, los sacerdotes
concelebran, y si asisten los fieles, participan viendo lo que se está haciendo
en el presbiterio, donde se encuentra el altar.
Como podemos ver, lo que hizo el Concilio, por
tanto, fue volver a lo más antiguo, que era, con mucho, lo mejor.
2). EL
USO DE LAS LENGUAS VERNÁCULAS
Como el mismo San Pablo reconoce en su Primera
Carta de los Corintios (14,1-25): "¿A quién se le ocurre hablar a otros en
un idioma que no entienden?" Sin embargo, eso estuvo ocurriendo en la
Iglesia durante mucho tiempo y eso es lo que quisieran los
"tradicionalistas" que volviera a ocurrir.
La más antigua tradición de la Iglesia es
totalmente contraria a esto. Lo que vemos durante los primeros siglos es que la
Iglesia se adapta a las diferentes culturas y lenguas y los ritos se hacen para
que todos participen en ellos. Esto permitió una diversidad dentro de la
unidad.
Por razones históricas el rito usado en Roma, llamado
latino, fue el que se propagó más ampliamente, por haberse extendido el Imperio
Romano a una buena parte del mundo de entonces. Se usaba el latín por la misma
razón que en otras partes se usaban otras lenguas: porque era el idioma que la
gente común hablaba.
Pero el latín fue poco a poco dejando de ser
lengua viva, para dar paso a las que se conocen con el nombre de "lenguas
romances". Como esto no ocurrió de un dia para
otro, el latín se conservó como lengua oficial de la Iglesia Latina.
Cuando las otras lenguas alcanzaron su completo
desarrollo resultó que no hubo en los líderes de la Iglesia la decisión
suficiente para hacer los debidos cambios, y así el latín se mantuvo casi hasta
nuestros días.
Pero el latín no es una lengua sagrada ni mucho
menos. La razón por la que esta lengua fue usada en el culto es la misma que la
Iglesia ha tenido ahora para permitir todas las demás: era la que el pueblo
hablaba.
Querer mantener el latín por una simple
nostalgia del psado es puro infantilismo. Pero no debemos
olvidar que uno de los puntos que caracteriza a los católicos
"tradicionalistas" es usar más el corazón que la cabeza y estar
aferrados, en forma similar a la de los fariseos, a formas y circunstancias que
nada tienen que ver con lo más profundo del mensaje
evangélico.
3). LA COMUNIÓN DE PIE Y EN LA MANO
La Liturgia cristiana tuvo sus antecedentes en
el culto del pueblo de Israel y en sus reuniones semanales en la sinagoga.
Entre los judíos no existía la costumbre de orar de rodillas durante la Asamblea
oficial. Esta postura se usaba, en algunos casos, para la oración privada,
sobre todo en forma de postración.
Entre los cristianos se mantuvo la misma
actitud, de tal manera que en las reuniones de la comunidad no se conocía la
posición de rodillas. La mayor parte del tiempo los participantes se mantenían
de pie y se sentaban solo para oír las lecturas o escuchar la predicación. Las
primeras iglesias cristianas no tenían ni bancos ni sillas.
Sabemos por los evangelios que Cristo instituyó
la Eucaristía durante la Cena Pascual que celebró con sus apóstoles en vísperas
de su sacrificio en la cruz. Allí dio a los apóstoles pan y vino, que ellos
comieron y bebieron reclinados, como era la acostumbrada postura usada para
comer. No hay dudas de que comieron y bebieron de sus propias manos y no de las
de Jesús.
Posteriormente se mantuvo esta costumbre en las
primitivas comunidades, de modo que se celebraba la Eucaristía imitando los
gestos de Jesús y de los Apóstoles en la Última Cena.
Con el tiempo las reuniones fueron tomando otro
aspecto, pero lo fieles continuaron comulgando con el pan y el vino durante
mucho tiempo y es indudable que el primero lo recibían en las manos.
Arrodillarse para comulgar fue algo desconocido al menos durante diez siglos.
Poco a poco, sin embargo, se fue perdiendo la
vivencia comunitaria que caracterizaron las celebraciones eucarísticas, en lo
que influyó no poco el problema de la lengua. Los fieles dejaron de comulgar
frecuentemente, contentándose con seguir, lo más devotamente posible, el curso
de la celebración. De activos participantes pasaron a ser mudos y pasivos
observadores.
Para remediar un poco la situación algunos
inventaron soluciones que no tocaron, realmente, la raíz del problema. Fue
entonces cuando comienza a desarrollarse un culto eucarístico que hace mayor
hincapié en la presencia real de Cristo en la Eucaristía, que en el significado
más profundo de la misma.
El excesivo respeto que alejó a los cristianos
de la comunión los llevó a exagerar en otros aspectos, intoduciéndosse
las elevaciones de la hostia y del cáliz, la exposición del Santísimo
Sacramento en la Custodia, haciéndose énfasis en la postura de rodillas, que
algunos llegaban a mantener durante toda la Misa.
El Concilio, por tanto, lo que hizo fue poner
las cosas en su sitio, aceptando lo que de bueno haya habido en las costumbres indroducidas, pero dejando de lado una piedad basada en la
ignorancia.
4). EL
SAGRARIO FUERA DEL CENTRO DEL ALTAR
La misma formulación de este punto suena
disparatadamente, pues hay que considerar el altar como algo único e
indivisible, lugar sagrado por excelencia por ser el centro de la celebración
eucarística.
Durante varios siglos no exxistieron
los sagrarios propiamente dichos. Al principio mismo la Eucaristía se celebraba
solamente los Domingos. Se hizo costumbre que los
fieles llevasen a sus casas hostias consagradas para poder comulgar durante los
días de la semana, algo que, posteriormente, se consideró inadecuado. También
se procedió a guardar algunas hostias en un lugar conveniente, para
destinarlas, no tanto a la adoración de los fieles, como a la comunión de los
impedidos de participar personalmente, como los presos y los enfermos.
Acusar al Concilio, por tanto, de quitar el Sagrario del centro del altar, lo menos que demuestra es
ignorancia, pues algo que comienza a existir propiamente después de diez
siglos, no puede tener primacía sobre el altar, que no hay que confundir, en
modo alguno, con los retablos que solían adornarlo.
5). LOS
MINISTROS LAICOS DE LA EUCARISTÍA
Así nacen, en primer lugar, los diáconos (Hechos
6,1-6), y más tarde parece que también, aunque no conste en las Escrituras, las
diaconisas. Los diáconos, desde el primer momento, formaron parte del clero,
pues habían recibido el sacramento del Orden Sagrado, en su tercer grado,
después de los Obispos y los sacerdotes o presbíteros, para que se ocuparan
sobre todo de la atención de las viudas y los huérfanos, aunque pronto ocuparon
también funciones en las celebraciones litúrgicas.
Es sabido, además, que simples laicos recibían
el encargo de llevar la Eucaristía a los presos, sobre todo en épocas de
persecución, como fue el caso de San Tarsicio, a quien sorprendieron llevando
la Eucaristía y, por ello, lo asesinaron.
La abundancia de sacerdotes que existió en la
Iglesia durante varios siglos hizo innecesaria la presencia de los ministros
menores, de tal manera que los antiguos ministerios, como acólitos, ostiarios,
lectores y exorcistas, quedaron solo como pasos en el camino hacia el
sacerdocio.
El sacerdote vino a ser en la Liturgia el
"hombre orquesta" que todo lo hacía. Solo se admitía la presencia de
los acólitos, transformados en niños ayudantes, a quienes se llamaba también
"monaguillos".
El Concilio, volviendo a la situación de Hechos
6, ha reconocido las necesidades de los tiempos presentes y ha reintroducido,
que no inventado, la actuación de laicos en la Liturgia. que
dicho sea de paso, hacen un papel importantísimo, sobre todo en tantos países
donde la escasez del clero es crónica. Pero hasta en esto mismo su labor es
notoria. Solo habría que preguntarse cuánto duraría la comunión en caso de que
solo el sacerdote la repartiese.
ARNALDO BAZAN