Lucerna-lamparita
Padre
Pedrojosé Ynaraja Diaz
FUEGO Y CERÁMICA
Me refería la semana
pasada al fuego en la liturgia, conseguido con alcohol y a su posible
coloración para que fuera capaz de iluminar. Ponía como ejemplo de substancias
que lo propiciaban la sal común y el sulfato de cobre o piedra azul utilizado
en agricultura, alguicida y pesticida y hasta en
medicina para ciertas dermatitis. Yo sé que un liturgista no admitiría de
ninguna manera un tal procedimiento al inicio de la Vigilia Pascual.
Continuo. En Pentecostés
sí flotó el fuego, surgida la llama de un recipiente, en el centro de nuestra
pequeña asamblea, el fuego símbolo del Espíritu danzó a su gusto. El domingo de
la Santísima Trinidad, de tres pequeños recipientes muy juntos, brotaban las tres
correspondientes llamas, cada una de diferente tonalidad, que se hacían una.
Símbolo esta vez del misterio trinitario.
Hay fuegos pequeños, el
de una chimenea, del que ya hablé, hay grandes y malignos fuegos, de bosques o
edificios, al que no quiero referirme hoy, pero también hay fuegos pequeñitos
de uso individual u hogareño, son las lucernas.
Leo en enciclopedias que
su origen se hunde en la prehistoria, primero de piedra, pronto de cerámica. En
el “Nazareth village”
tenían una muestra de la evolución de este artilugio. Inicialmente era un
elemental plato con un pliegue donde se apoyaba el pabilo, que en principio fue
de musgo, pronto de fibra vegetal. El peligro de que se vertiese el combustible
se fue eliminando, cubriendo tal plato con una superficie paralela perforada,
generalmente decorada. Por el agujero se echaba el aceite. La mecha se debía
despabilar de cuando en cuando.
La lucerna iluminaba las
estancias. Debía estar elevada, pronto se la proveyó de un soporte propio.
Podía ser también ofrenda a los difuntos o a las deidades.
El cristianismo la
incorporó, en la lámpara cercana al Sagrario y en la
devoción popular.
Me refiero a la segunda.
Perduró tal llama como simbólica adoración doméstica. En nuestra particular
piedad familiar, desde el inicio del matrimonio de mis padres, pusieron en
lugares importantes, imágenes que recibían nuestra veneración. En ciertos periodos
se encendía una lamparita. Aquella lucecita estimulaba la oración de cada uno,
especialmente antes de ir a dormir. Lucía todo el día, era el particular culto
familiar y estimulaba la plegaria que complementaba la del rosario.