El suelo sólido de lo real

P. Fernando Pascual

20-8-2020

 

El día es soleado, aunque nos gustaría que ahora lloviese. Tengo un poco de fiebre, aunque desearía estar en plena forma. Mido la altura que mido, y no soy todo lo alto que otros esperaban de mí.

 

Lo real está ahí, guste o no guste. Es un “dato”, es un encuentro desde el cual luego podemos tomar decisiones, adaptarnos o modificar lo modificable.

 

Lo real es como un suelo sólido. Alguno puede sentirse limitado por el peso de la gravedad porque le impide dar saltos asombrosos. Pero esa misma gravedad permite dar pasos a derecha o izquierda, subir o bajar una escalera.

 

Hay quienes rechazan lo real como una imposición, como un enemigo, como un residuo de un mundo anticuado que debería rehacerse por completo gracias a la tecnología.

 

Pero lo real no es enemigo ni amigo. Es, simplemente, lo que es. Sobre ello giran las posibilidades de cada uno y de los grupos sociales, con todo aquello bueno (por desgracia, también aquello malo) que está al alcance de la propia libertad.

 

Zubiri usaba una expresión sugestiva, “el poder de lo real”. Más allá de lo que ese pensador quería decir con tales palabras, lo cierto es que la realidad tiene una autonomía que merece ser reconocida para evitar desastres como los que ciertos abusos tecnológicos han provocado a lo largo de la historia.

 

Existen, es verdad, quienes aspirar a una reconstrucción de todo lo humano, a una especie de nueva creación del mundo que va desde cambios profundos en el propio cuerpo hasta el levantamiento de “realidades virtuales” que serían casi eternas.

 

Pero esos esfuerzos prometeicos de dominarlo todo y someterlo a los deseos de cada uno chocan cuando algo tan pequeño y tan real como un virus, o tan grande y tan potente como un terremoto, hacen saltar en mil pedazos sueños que habían encandilado a muchos.

 

Mientras, el suelo sólido de lo real aparece ante nuestra mente y nuestro corazón. Cada uno decide cómo lo acogerá, qué hará con lo que constituye su propio cuerpo, su capacidad de pensar y de amar, la sociedad que lo rodea y el ambiente que ha recibido.

 

Luego, tras las decisiones que tomamos continuamente, el mundo sufrirá por heridas que muchas veces dañan a inocentes; o mejorará gracias a quienes han acogido lo real con el deseo de abrir todo lo humano al amor de Dios y de los que caminan a nuestro lado.