Buscar culpables
P. Fernando Pascual
26-8-2020
En una ciudad griega del mundo
antiguo. Estalla una epidemia. Algunos empiezan a buscar culpables, a señalar a
personas concretas como la causa de lo que ocurre.
En el norte de Italia, en el
siglo XVII. Ha iniciado una peste terrible. Corren rumores de que hay personas
que difunden un polvo contagioso. Algunos son arrestados, condenados y
ejecutados de forma cruel.
En una batalla de la Primera
guerra mundial. Los enemigos lanzan un ataque a un pueblo de frontera. Salta la
sospecha que desde alguna casa un pañuelo traidor dio el aviso a los soldados
enemigos. Empieza la cacería de brujas.
En el siglo XXI: una epidemia
se convierte en mundial. Giran las preguntas: ¿cómo empezó todo? ¿Hubo
culpables de su inicio y expansión? En nuestra propia ciudad, ¿alguien trajo el
virus? ¿Por qué no lo detuvieron a tiempo?
Buscar culpables es algo
plenamente legítimo en muchos ámbitos humanos: muchas cosas ocurren porque hay
personas imprudentes, o traidores cobardes, o enemigos de la humanidad.
Pero otras veces la búsqueda
de culpables está viciada por diversos motivos. Uno, suponer que existan
responsables de hechos que, en realidad, fueron fortuitos, prácticamente
inevitables: allí no hay que buscar culpables.
Otro, acusar de tener culpa a
quien no la tiene, hasta llegar a situaciones grotescas como las que han
llevado a la muerte a cientos de inocentes acusados de delitos que nunca
cometieron.
En los hechos humanos existen
culpas y existen males sobre los que resulta equivocado buscar culpables. No
tiene sentido pedir responsabilidades de hechos que superan las posibilidades
humanas de previsión. Como tampoco tiene sentido acusar a quienes no sean los
directos responsables de graves daños.
Por eso, ante cada desgracia
que aparezca ante nosotros, habrá que ser sumamente prudentes antes de buscar
culpables. Así evitaremos condenar a inocentes, y aceptaremos que muchas
desgracias ocurren sin que haya culpables de sus consecuencias dañinas.