Acedia en tiempo de Internet
P. Fernando Pascual
31-8-2020
El texto de un monje del siglo
V puede ayudarnos a comprender uno de los peligros que nos llevan a un mal uso
de Internet y de las nuevas tecnologías: el peligro de la acedia (o acidia).
Juan Casiano (que vivió entre
los años 360-435, aproximadamente), en su obra “Instituciones”, habla sobre
ocho vicios capitales (la enumeración de siete se impondrá siglos más tarde).
Entre esos vicios, presenta a la acedia, tristeza de alma, desaliento o pereza.
¿En qué consiste? Casiano
describe la acedia como un cierto “tedio, disgusto o ansiedad del corazón.
Tiene cierto parentesco con la tristeza y lo experimentan particularmente los
solitarios” (“Instituciones” X,1).
Como efectos de la acedia,
Casiano señala laxitud, cansancio, hambre, sueño, ansiedad. El monje que sufre
el ataque de este vicio mira a todos lados, desea que alguien lo visite, entra
y sale de su celda.
Siente que el tiempo pasa
lento, muy lento. Experimenta un vacío interior. Sus obligaciones le aburren de
modo terrible. El trabajo le pesa enormemente: le parece excesivo, agotador.
Ve ante sí dos opciones: o
echarse a dormir para consolarse a sí mismo, o salir a buscar a un hermano con
el que poder hablar. Además, imagina que sería más útil dejar a un lado sus
obligaciones para hacer otras actividades.
Si uno cede ante la tentación
de la acedia y la pereza, “se abandona al sueño o sale de su celda en busca de
consuelo con la visita de un hermano. Pero este remedio no es más que pasajero,
porque no hace sino agravar el mal” (“Instituciones” X,3).
La vieja tentación de la
acedia que tanto molestaba a los monjes sigue viva hoy, y afecta también a los
católicos de toda condición social, con modalidades propias de nuestro mundo
tecnológico.
Efectivamente: si en el pasado
el monje aburrido buscaba paz y consuelo en el sueño o en la huida de su celda,
el hombre moderno también dormita o, en vez de salir de su trabajo, enciende el
móvil y empieza a navegar...
Así, el mundo digital puede
convertirse en un escape de obligaciones pesadas. En vez de afrontar una tarea
fatigosa, un estudio exigente, un compromiso que pide mayores energías
interiores, la acedia invita a encender el móvil, ver los mensajes, leer
noticias, descansar con música y vídeos, o visitar las redes sociales.
El vicio que causa esos
comportamientos es el mismo: no estar contento con lo que uno hace, dejarse
vencer por la pereza o la apatía, permitir que crezca un extraño descontento
interior ante lo ordinario.
El resultado parece diferente,
pero en el fondo es bastante parecido: si el monje dormitaba o huía de su
celda, el hombre moderno “se fuga” de la monotonía con viajes entre vídeos,
canciones, chats, juegos electrónicos y un sinfín de posibilidades gracias a la
tecnología digital.
Surge la pregunta: ¿cómo
vencer ese vicio de la acedia? ¿Cómo recuperar el entusiasmo y la alegría por
los sencillos deberes cotidianos en casa, en el trabajo, para con los
familiares y amigos?
Casiano responde con estas
palabras:
“Así, pues, el verdadero
atleta de Cristo que desea luchar en la contienda, ha de apresurarse a arrojar
esta infección, como las otras, del interior de su alma, y combatir a brazo
partido contra ese fatal espíritu de pereza. Es decir: no debe cruzarse de brazos
vencido por la ociosidad ni tenderse en el lecho bajo la acción del sueño, como
tampoco debe alejarse de los claustros del monasterio e ir en pos de sus
apetitos como un desertor de sus deberes, aunque sea un pretexto de piedad lo
que le induce a ello” (“Instituciones” X,5).
En otras palabras, hay que
resistir ante la tentación, mantenerse firme en el trabajo que cada uno debe
acometer, y no ceder en lo más mínimo (no abrir rendijas a las distracciones).
Porque, seguramente lo hemos
experimentado, con un pequeño “click” que busca un
poco de descanso, a veces pasamos minutos, incluso horas, en un viaje en
Internet que no curó nuestra desgana y que nos apartó de nuestros deberes
cotidianos.
La acedia existe y nos amenaza
también en este tiempo de Internet. Como atletas de Cristo, según los consejos
de san Pablo y las recomendaciones de Casiano y de otros maestros de
espiritualidad, podremos vencer esta tentación y, sobre todo, podremos invertir
lo mejor de nuestro tiempo para amar a Dios y a los hermanos.