El viejo paganismo que resurge
P. Fernando Pascual
12-9-2020
Entre las ideas típicas del
paganismo hay una que consiste en tratar a la naturaleza, o a la tierra, o a
las estrellas, o al universo en su conjunto, como una persona, como un ser
divino.
El cristianismo dejó atrás esa
idea, al considerar todo lo creado como resultado de la mano de Dios, y al
negar la divinización de los seres materiales, de las plantas o de los
animales.
El paganismo no ha sido
superado completamente, y en ocasiones resurge. En los últimos años, lo hace de
una forma más o menos explícita, cuando se llega a creer que ciertos fenómenos
serían la “respuesta”, reacción o castigo de la naturaleza contra las maldades
de los seres humanos.
Así, por ejemplo, frente a un
terremoto, o unas inundaciones, o una sequía especialmente intensa, algunos
afirman que son un castigo de la “Madre Tierra”, una revancha del mundo físico
contra el hombre.
También ocurre que diversas
voces han presentado y presentan las epidemias de virus y bacterias como si se
tratasen de una reacción defensiva del planeta, cansado por tantos abusos de
los humanos.
Este tipo de afirmaciones da
una especie de carácter antropomórfico o divino a realidades que no tienen
ninguna consistencia personal. La naturaleza en cuanto tal no piensa, ni
quiere, ni se enfada, ni castiga, ni perdona.
Solo los seres personales
(Dios y los hombres, los ángeles y los demonios) pueden hacer valoraciones,
pueden alabar y premiar comportamientos buenos, o reprobar, incluso castigar,
comportamientos malos.
Un terremoto, ciertamente,
puede ser visto como parte del designio de Dios que invita a la conversión, que
recuerda cómo todo lo material es caduco y frágil, que nos ayuda a dejar
avaricias dañinas y a trabajar por lo realmente importante.
También es posible explicar
los estragos de una riada al constatar opciones humanas que provocaron daños
enormes en un territorio, que bloquearon canales necesarios para el paso del
agua, que construyeron edificios en zonas de riesgo.
Pero lo que resulta
completamente falso es pensar que “la tierra”, o “la naturaleza”, tienen una
personalidad que da premios o castigos, que se alegra o se entristece ante las
acciones humanas.
La visión cristiana acepta que
Dios tiene en sus manos todos los destinos del universo. También admite que
Dios pueda permitir que los espíritus (ángeles y demonios) tengan ciertos
poderes sobre el mundo material.
Sobre todo, Dios ha dado a los
humanos una libertad con la que, por desgracia, podemos provocar enormes daños
(guerras, especulación, robos, violencia sobre inocentes, abortos).
Esa misma libertad puede
orientarse al bien: a ayudar a los débiles, a buscar maneras equilibradas de
tratar a los vivientes que comparten con nosotros el mismo planeta, a cuidar
una tierra en la que se desarrolla nuestra vida temporal.
La naturaleza no es divina,
por más que lo repitan quienes acogen ideas paganas. Es una creatura que, mal
usada, puede ser ocasión de enormes daños; o, usada según una justa medida, se
convierte en una ayuda para crecer en el amor a Dios y a los hermanos.