Cuando los pronósticos se
equivocan
P. Fernando Pascual
12-9-2020
Los expertos anunciaron que la
epidemia alcanzaría su pico en mayo. El pico llegó en junio.
Los meteorólogos dijeron que
este verano sería especialmente seco. Luego, las lluvias veraniegas
sorprendieron a todos.
Las encuestas dieron al
partido de gobierno más de 30 % de votos en las elecciones. Lograron menos del
20 % de votos...
En muchas ocasiones los
pronósticos se equivocan. Quizá en algunos temas sea comprensible, como en la
meteorología. En otros temas resulta más sorprendente y problemático.
A pesar de tantos errores
(también hay aciertos, en ocasiones casuales), los analistas, los expertos, los
periodistas, no dejan de publicar sus pronósticos.
El hombre tiene una tendencia ineliminable a conocer la verdad, también con la mirada
puesta en el futuro, y espera encontrar algo de luz en los pronósticos.
Pero el futuro está envuelto
en una extraña tiniebla: muchos factores y aspectos hacen muy difícil conocer
ese futuro en toda su complejidad. Por eso muchos pronósticos fracasan.
A pesar de sus límites, sobre
todo cuando el paso del tiempo desmiente unas previsiones fallidas, los
pronósticos no dejan de influir poderosamente en la gente.
Si anuncian bonanza, mejoras
económicas o un próximo fin de la inseguridad, los pronósticos generan
confianza. Si prevén desastres, tensiones y un aumento del paro, provocan
angustia.
Por encima de lo que los
pronósticos generen en cada uno, todos necesitamos algo de esperanza humana
antes de emprender nuevas tareas, desde una previsión sencilla de que todo
saldrá más o menos bien.
Luego llegará la realidad. Los
resultados podrán ser buenos o malos, previstos o imprevistos. Lo importante es
saber acogerlos serenamente y descubrir, en las nuevas circunstancias, qué se
nos pide para mejorar un poco nuestras vidas y las de aquellos que dependen de
nosotros.