AHORA VEO.
Yo
nunca había visto la luz. Había nacido ciego.
Mi
mundo era de realidades carentes de colores pero colmas de sonidos y tacto.
Había
ido aprendiendo a convivir con un mundo donde muchas veces era ignorado.
Cuando
fui niño no participaba de los juegos de los demás y había aprendido a inventar
mis propios juegos.
Conocía
los lugares por sus aromas y los más insignificantes detalles me resultaban
mojones notorios.
Desde
muy temprano solía encontrarme en el templo.
Muchas
veces la caridad y la compasión se ve aumentada en el
templo.
Sabía
reconocer las voces y por ellas lograba saber de los diversos turnos
sacerdotales.
Por
el sonido de los pasos podía saber de la presencia de muchos o pocos
peregrinos.
En
alguna oportunidad recibí algún empellón de algún peregrino que caminaba a
prisa entre una muchedumbre de peregrinos pero el templo era el lugar de la
ciudad donde pasaba la mayor parte de mi día.
En
algunas oportunidades había sentido hablar de aquel hombre.
Todos
se maravillaban con su actuar, hablar y poder. Y ahora decían que estaba en el
templo.
Una
vez más, como tantas veces, sentí que hablaban de mí.
Yo
ya estaba acostumbrado a ello y solía no prestar mucha atención a lo que
hablaban.
Pero
aquella voz despertó mi atención.
No
sentía con nitidez sus palabras pero el sonido de su voz acariciaba mi corazón.
Sentí
la necesidad de ponerme en pie como forma de recibirle.
Se
detuvo muy cerca de mí. Realizó un movimiento que no pude saber.
Repentinamente
algo húmedo se apoyó sobre mis ojos ciegos.
Repentinamente
una fuerza recorrió todo mi ser.
Algo
me esta sucediendo y era mucho más que aquello que ponía sobre mis ojos
cerrados.
Me
ordenó que fuese a lavarme.
Un
enorme gozo recorría mi ser.
Algo
estaba pasando en mi interior.
Me
llenaba de gozo. Deseaba saltar, correr, gritar.
Muy
bien no puedo explicarme puesto que no sabría definir lo que aquel hombre me
había obsequiado.
Aquel
tono de voz aún continuaba resonando en mi interior.
Nunca
había escuchado una voz tan poderosa como aquella.
Habían
sido unas pocas pero suficientes palabras para saber que las mismas me habían
transformado.
¿Volvería
a escuchar al dueño de aquel tono de voz?
Sin
lugar a dudas tenía otras muchas cosas para decirme.
Él
se había llegado hasta mí.
Me
había tocado y hablado y yo sentía que mi interior se había transformado.
Como
conocía el templo después de tanto tiempo moviéndome dentro de sus muros llegué
hasta el lugar indicado.
Al
lavarme la cara pude ver que veía.
Me
vi invadido por un inmenso torrente de colores y luz.
Veía,
pero por sobre todas las cosas sentía una inmensa necesidad de encontrar al
dueño de aquella voz.
Sentía
la necesidad de agradecerle puesto que había llenado mi ser de luz.
Ver
era un cambio importante para mí pero mucho más importante era saber que le
veía.
Veía
que él era digno de ser creído.
Veía
que sus palabras eran mucho más que simples sonidos.
Quería
seguirle, anunciar a todos lo que en mí había realizado.
Hace
un rato se había llegado hasta mí y había transformado mi ser.
Ahora
debía buscarle para manifestarle que he visto quién es y que creo en Él.
Padre
Martin Ponce de Leon SDB