LOS QUE
CONSTRUYEN Y LOS QUE DESTRUYEN
Padre Arnaldo Bazán
Confieso
que me impresiona, profundamente, el ver que en una guerra, mientras hay
quienes aprietan los gatillos para matar, otros se ocupan de tratar, por todos
los medios a su alcance, de restañar las heridas y curar a los abatidos por la
metralla.
Este es un contraste que me ha
hecho pensar muchas veces en una real verdad: la humanidad está dividida entre
los que construyen y los que destruyen.
Una cosa salta a la vista: destruir
es mucho más fácil que construir.
Mientras se necesitan nueve meses
para que una criatura se forme en el seno de sus madres y varios años para
educarla, en un solo instante podemos ver todos esos esfuerzos reducidos a
nada. Un pistoletazo y ¡zas!, toda una vida ha sido
eliminada.
Esto mismo lo podríamos afirmar de
otros muchos aspectos de la vida de los seres humanos. Los ciudadanos buenos,
trabajadores y honrados, que luchan de la mañana a la noche para llevar a su
casa el pan cotidiano forman, quizás, la gran mayoría.
Pero, ¡qué horrible es pensar que
hay también muchos hombres y mujeres que han dedicado sus vidas al mal en todas su formas, a sabiendas de que hacen sufrir a otros
causándoles daños físicos o morales!
Podríamos pensar en los políticos
corruptos, que tanto abundan en el mundo, y que se dedican a ese oficio - que
tan frecuentemente han prostituido -, solo para poder sacar el mayor provecho
económico y el mejor partido a sus influencias y a su poder.
Pensemos en los gobernantes que
oprimen a sus súbditos, imponiéndoles cargas pesadas para mantenerse en el
poder o conseguir los máximos privilegios para sí y los suyos, aunque tengan
que pasar por encima de innumerables cadáveres.
Podemos agregar a tantos militares
que se adueñan del poder o simplemente trabajan desde las sombras, no para
defender la Patria, como de ellos debería esperarse, sino para enriquecerse
ilícitamente, usando de la fuerza como trampolín de sus vergonzosas ambiciones.
Ahí tenemos a tantos ricos que casi
todo lo que poseen se lo deben a la explotación y a las injusticias de que
hacen objeto a los infelices, sea a sus trabajadores, a quienes pagan salarios
de hambre, o a los que resultan victimas de sus sucios negocios.
No podemos pasar por alto a los que
manejan el crimen organizado, los mafiosos de todas las razas y procedencias,
que están dedicados en cuerpo y alma a producir dinero por medio de la
degradación física y moral de las personas, usando para ello de las drogas, la
prostitución, la pornografía o toda clase de crímenes.
No debemos olvidar tampoco a los
que utilizan el ropaje de la religión para engañar a sus prójimos, convirtiendo
en negocio lo que debe ser únicamente servicio y amorosa dedicación, lo que
constituye una perversión muy grave ante los ojos de Dios.
Por ahí están también los que,
amparados de una ideología cualquiera, se creen dueños y señores del mundo, e
imponen sus criterios a la fuerza, disparando sus armas sin escrúpulo alguno
cuando alguien no está dispuesto a aceptar sus abusos.
Agreguemos a los que aterrorizan el
mundo con sus secuestros, sus asesinatos y sus fanfarronas amenazas a la paz
social. También a los que discriminan a sus semejantes, haciéndoles objeto de
sus encarnizadas persecuciones.
Y nos faltaría espacio para otros
muchos que no hemos mencionado, pero que forman parte, igualmente, de la
numerosa ralea de individuos que no saben otra cosa que destruir.
Menos mal que, pese a todo, todavía
quedan muchos dispuestos a dejar hasta el pellejo con tal de servir a sus
prójimos, y hacer que este mundo sea menos malo, pese a tantos sinvergüenzas.
Arnaldo Bazán